jueves, setiembre 27, 2007

Las faldas de don Jovino

ACTO PRIMERO
(Setiembre de 2006. Seis de la tarde de un día grosero)


¡Carajo!, balbuceó con furia descomunal Jovino y, por un instante, todos en la oficina pudieron ver esos dientes careados y deformes, esos ojitos de hiena mofletuda y enternada, esas manos -como de orangután albino- presas de un parkinson polizonte.

A un costado, su secretaria, amante, adjunta, masajista, acicaladora oficial y afines, esbozaba una sonrisa de gozo absolutamente maquiavélico (nota de redacción: ella no sabe quién michi fue Maquiavelo). Era su revancha, su vendetta soñada ver como el número uno del piso cinco cacareaba y ella era parte del despelote. Ese pataleo era una muestra bárbara del amor de su padrino, de su jefecito… de su papi lindo y pechocho. Ella se sentía Chelita y era feliz.

¡Ustedes tenían que evitar que Perú 21 publicara esa nota! ¡Para eso trabajan en la oficina de prensa! ¡Tenían que cuidar nuestra imagen! ¡Debieron impedir a toda costa esa nota! espetó el magistrado y sólo una voz se alzó para decirle que era un sinvergüenza. Que eso era apañar y que rotar al equipo de prensa a módulos de cono era un acto injusto y vergonzante.

El periodista andaba diciendo eso cuando el jefe de personal de entonces (un gay cuarentón que se entregaba con rigor a las clases de tae bo en un gimnasio de Jesús María) interrumpió para decir que no se podía hacer nada. Que todo estaba consumado y que todos (incluida la jefa de la oficina de prensa) se iban a los módulos de justicia de Ate, Villa María del Triunfo, El Agustino y Villa El Salvador.

Y así fue. El no evitar la publicación de una nota que daba cuenta de que Chelita estaba siendo investigada por cobrar cupos para meter gente al PJ, debía pagarse con sangre. Y así, los periodistas y la secretaria de la OPI terminaron chapando sus combis, subiéndose a moto taxis donde todo es chévere, y empolvándose los zapatos para luego foliar expedientes ante el desparpajo de jueces de quinta.

Mientras tanto, en el castillo abancayno se desataba la orgía perpetua. Jovino rotó al personal que no le hacía ojitos, convirtió en exclusivo el ascensor que antes era de todos los magistrados, se comía todo su cerelac y paleteaba -sin rubor y mucha maña- a la prosaica secretaria que había logrado colocar como administrador a su novio, merced, obvio está, a sus dotes de concubina sin roche.

Los meses pasaron y un nuevo número uno entró en la Corte, a la tremenda Corte. Jovino no tuvo más que despegar el póster de Bárbara Codina que adornaba su baño personalísimo (en el que intentó, sin fortuna, poner un jacuzzi en forma de lechón). Tuvo que cancelar la suscripción a Venus, recoger los espejos elefantiásicos en los que se reflejaban las nalgas pálidas de nenas palaciegas y sus manos peludas y agrietadas.

Ayayay, pero la suerte le tendió la mano nuevamente y él se fue hasta el codo y más al sur. Un problema vinculado a resoluciones espurias sacó del camino al presidente electo y a Jovino no le temblaron los pies. Corrió al vacío y sacó del camino al vocal más antiguo que debía asumir el cargo. “A mi que chu”, dicen que dijo el buen don Juan una vez sentado nuevamente en el trono.

Entonces se sintió poderoso e intocable, un verdadero padrino made in Paucartambo. Volvió a convocar a la secretaria que Odicma seguía investigando. Puso el póster en su lugar, tabiqueó la oficina con muebles más modernos y confortables y se rodeó de practicantes en minifaldas y blusitas con pechos generosos.

Él era feliz y enhiesto. Dicen que casi ni salía de su oficina. Llegaba más temprano que los guachimanes de Esvicsa y se retiraba en su carro oficial, envuelto en el aura juvenil que le prodigaban las chicas regias y dispuestas. ¡Horror! Decían las señoras secretarias del piso 5. ¡Esto es indignante!, susurraban los jueces timoratos. Pero nadie hacía nada. Jovino era el César y se sentía divino. El Hugh Hefner de La Colmena.

Intermedio (pueden ir por canchita y Kola Real)
“Puchi cana, que rica estás. Tú sabes que una secretaria tiene que tener una relación muy estrecha con su jefe. Ven, ven, no temas mamita, si soy como tu abuelo, como un abuelo chocho”. Decía el matador, pero al instante escabullía sus dedos encamotados en los escotes de las despachadas practicantes, de las chicas que había reclutado en sus clases de la universidad

“Carajo. Si no quieres entonces te vas. Detrás de tu puesto hay miles”, amenazaba mientras se sobaba la bragueta y uno no sabía si lo que se frotaba era su pene o la próstata tratada en el Rebagliati.

“Te quiero comer todita. Conmigo puedes trepar alto. Subir para arriba. Hacer carrera. Una orden mía y entras a planilla. Dime mamita ¿en qué juzgado te gustaría trabajar?”, se atoraba con su saliva, en tanto las sentaba en sus piernas para darles el dictado y que lean las normas de El Peruano.

Y así estuvo, metiendo mano, corriéndosela en el baño, mirándole a los ojos de Bárbara y viniéndose en el Kleenex, hasta que se topó con una con tetas y escrúpulos. Con una alumna con cuerpo de vedette, pero con dignidad y agallas para decirle no al Badani ochentero y con osteoporosis.

“Viejo de mierda. Te cagaste. Te voy a denunciar. Enfermo sexual. A mi no me vas a tratar como una puta”, cuentan los guachimanes que alcanzó a decir la veinteañera, mientras Jovino se subía los pantalones. Sólo había pedido una humilde chupadita.

ACTO SEGUNDO
(Setiembre de 2007. Seis de la tarde de un día glorioso)


El periodista que hace un año le dijo sinvergüenza en su cara ya no está en la corte, pero dentro de poco tampoco estará Canallibas. La bomba que reveló Caretas hace dos semanas ha sido el martini que rebalsó el vaso.

Ahí está. Sentadito. Arrellanado en el water, mirando, leyendo el semanario. Pero esta vez no se está masturbando con la calata de las páginas finales o con las modelitos de la central. No, que va. Canallibas ahora la tiene hecha un budín. Suda frío, las manos le tiemblan más que cuando tocaba los senos duros y rosaditos de las estudiantes.

“Carajo”, grita, pero esta vez no hay nadie que le mire los dientes de utilería, la mierda revuelta que se transluce en sus ojos vidriosos. Lo único que tiene al frente ahora son las fotos y testimonios de la niña que no quiso ser su mujer. Y entonces recuerda el diálogo de aquella mañana. Pero en ese recuerdo también aparecen los senos y los labios de la denunciante. Y entonces Jovino se olvida de todo y se pone duro de nuevo.

“A mi que chu”, espeta de nuevo. Sabe que es su palabra contra la de la “cosita rica” que a ese pechito se le escapó. "Lo peor que puede pasar es que me saquen del puesto", piensa y una ligera sonrisa aparece por su rostro atomatado y disparejo.

“Doctor, doctor, lo llaman los periodistas”, escucha mientras se hace la paja. “No me cortes. Bueno, si quieres pasa y ayúdame", dice y Chelita -la consorte incondicional- abre la puerta. “Hay doctor, usted ni con esta situación deja de ser tan calentón”, alcanza a decir, antes que Jovino la obligue a decir que él la tiene mejor que la de su novio, el administrador.

“Ahhh, esto es vida, nadie me puede quitar lo bailao”, balbucea mientras se enjabona las manos. Se acomoda la montura de carey y se engomina las canas.

“Señores periodistas, antes de hablar, quiero decirles que todo es una tramoya armada para sacarme del puesto. No se puede jugar con la dignidad y el prestigio de un magistrado que siempre….”, Jovino habla, los flashes se estampan en su rostro cetrino y atrás, a dos metros del bacanal mediático, Chelita se junta las tetas, se acomoda el Leonisa y se abotona la blusa.


OTROSIDIGO:
Cualquier parecido, semejanza o clonación con la realidad es (o puede ser, quien sabe, ojala) una mera coincidencia. Basado en hechos reales que un tipo quiso ocultar. Él pensó que nunca le moverían la alfombra de esa oficina donde le daban la papa a la boca y paleteaba a diestra y siniestra, pero se equivocó... ya todo acabó.