martes, febrero 06, 2007

UN PADRINO DE PRIMERA (La exagerada vida de un tío apellidado Wong, pero que en realidad era bien huevón)

Rollizo por tanto pollo chijaukay empujado entre farra y farra, con los ojos encapotados para husmear sin delatar su conducta voyeur, con la vergüenza haciéndole agua por el orto cada vez que se miraba al espejo, con la lengua de un niño bien de Malambito, y con la inteligencia de un mentecato que comercia ratablancas en plena Semana Santa.

Ricardo Wong (que al fin así se llaman como cancha, pero ustedes, lectores informados, saben a quién me refiero), creía que todo tenía un precio. Pensaba -merced a los 10 gramos de materia gris que aún sobreviven a las altas dosis de cocaína- que era un César criollo, una versión culíe del gran Vito Corleone, y como tal, había siempre que agachar la morra ante su mofletuda presencia, morderse la dignidad como se masca el pato pekinés que le guisan en el Wa Lock, y guardarse los pedos para más tarde.

Ricardo Corleone o Vito Wong (porque no es lo mismo pero es igual), creía firmemente en la teoría de que sus empleados eran vasallos indignos, esperpentos que sólo servían para engordar su ya celulítica cuenta en el Scotiabank. Por lo tanto, no estaban autorizados para pensar. Debían ser como sus consultores graduados en Cicex o como su patota de aduladores mestizos, mandujanos, chinos y cajamarquinos (que incluyen un marino corrupto y desdentado que durante algunas semanas fungió de director de eso que alguna vez fue un diario).

Ellos habían aprendido el arte de poner en off su hipotálamo para no herir la susceptibilidad de “El Chino”, para no empañar sus geniales ideas down sobre el ahorro de costos, su disparatada ideología humanista, que al mismo tiempo que regalaba muñecas de a sol entre los cobrizos (haciéndose llamar "El ángel de los pobres" en La Razón) pagaba 300 dólares por un buen polvo y gastaba otro tanto en su dealer de Huascarán.

Y así andaba feliz Wong, chapoteando en su imperio insuflado gracias a una constructora que levanta edificios sin licencia en San Isidro, y merced a una importadora que sigue trayendo cohetecillos malditos con los que ya mató en Mesa Redonda.

Pero él quería más. No estaba contento con ser solamente reconocido en los conos como “El ángel de los pobres” (en realidad allí lo llaman “el chino huevón”), por eso juntó a su pandilla y a cada uno le dio un número para postular al Congreso, mientras él figuraba como candidato a la presidencia. Además, como prueba de su intelecto y creatividad, la historia registra que “El Chino” bautizó a su falange conformada por delincuentes de saco y corbata, técnicos en mañas bajo la mesa y periodistas mermeleros, como “Y se llama Perú”.

Y como era de esperarse, renunció antes del 9 de abril sosteniendo que la prensa no cubría sus mítines, que lo marginaban por ser chinito. Se quejó hasta en mandarín de que únicamente lo acompañaran reporteros de Gente y Merme Express. ¡Calajo!, decía, y su séquito de aduladores temblaba cuando le confesaba que no se pudo traer a más, porque los demás no aceptaron las shakiras de hule, los ranchos en el chifa del zanjón, y ni siquiera los verdes de Ocoña.

Luego denostó del APRA, afirmando que nunca había sido compañero, para de esa manera darse un tiempo y ver si es que la caída de Humala era realmente irreversible. Así, cuando se dio cuenta de que García tenía el triunfo asegurado, recorrió las radios limeñas para anunciar que su partido (esa colección de vedettes, esbirros y sancho panzas) le endosaba su apoyo al doctor García.

Que gracia y que grasa la de Vito. Le endosaba el 0,4% que las encuestas -como promedio- le habían dado a sus chances presidenciales. Pero así es Wong, comodín, un caficho adiposo que no duda en mover sus fichas, sus cuentas y hasta su pequeño harem de pezones en beneficio de quien está en el poder y al que después, claro está, habrá que pasarle la factura.

Tras la vergüenza electoral, hubo una pausa en su codicia y se tranquilizó. Dedicó su tiempo a seguir comprando piedra chancada para sus buldings y piedras, también chancadas pero blancas y pequeñas, para saciar el apetito de su rechoncha nariz.

Esto duró hasta que creyó que se le presentaba la oportunidad de emerger del submundo en el que vive no obstante sus millones. Y es que Wong sabe bien que en esta sociedad de castas, los señores VIP, además de fijarse en la sangre, auscultan en el cerebro, y así, el comentario sobre “El Chino” era recurrente. Todos pensaban lo mismo: es un chino ignorante, acomplejado, asqueroso y vicioso.

Y a él le dolía en el alma que los Brescia, los Ugarte, los Romero, los Miró, los Agois y hasta los otros Wong, tuvieran esa imagen suya. Por eso, cuando le ofrecieron el periódico, sus ojos se le abrieron como en un anime surrealista y hasta eyaculó de emoción cuando vio el precio sobre el bond. Para él era una ganga. Firmó, estampó su dactilar elefantiásica y cayosa, y se fue a meter una juerga de Buda y señor mío en el sauna de siempre.

Pero la felicidad le duró poco, pues pensando que podía aplicar el mismo modus operandi de la importadora de rata blancas, sacó a la gente que “ganaba y pensaba mucho”, y prefirió poner en las jefaturas a villanos ad hoc y colegas desesperados.

Así, primero se fue Tafur y luego el Kike (y con ellos su gente), y su periódico pasó de ser un diario que inspiraba respeto, a ser un paskín que daba vergüenza ajena y que lo único que inspira ahora es una buena carcajada por la mermelada evidente, por el refrito en la portada, las notas a honorables señores de ojos rasgados sin más mérito que sus ojos rasgados, y las pataditas miserables que el marino corrupto escribe impunemente en contra de quienes destaparon sus fechorías.

Ese es el mundo de Wong, un acuario hongueado en el que se siente como un pez (borracho? Payaso?) en el agua. Ahora puede rezongar y las notas sobre investigación pasan a ser cintillos o pataditas. Ahora su bostezo basta para hacer temblar a los editores, y hasta un pedo suyo puede ser el más agradable de los aromas en esa redacción donde el honor (salvo tres excepciones) ha muerto asfixiada por la quincena al día. QEPD La Primera.