viernes, octubre 13, 2023

El último día del monitor

El grumete Alberto Medina tenía 17 años, pero blandía el temple de un marinero consumado. Un zambo jocoso que gustaba de los frijoles con orejas de chancho, a diferencia del gringo Samuel Mac Mahon, el primer ingeniero del Huáscar, quien prefería el brandy y el escocés a borbotones.


Ambos compartían los intestinos del monitor. Por eso, cuando el Huáscar vomitó sus proyectiles de 300 libras sobre el casco del Cochrane, fueron los primeros en pensar que otra vez el zafarrancho de combate duraría una nada.


El andar raudo del buque con nombre de príncipe inca y la sagacidad de su almirante, Miguel Grau, eran las cartas que siempre sirvieron de comodines para escapar a la baraja naval del invasor. Sin embargo, esa vez, ese infausto 8 de octubre de 1879, se equivocaron.

Los proyectiles apenas provocaron que las lámparas de parafina del camarote del capitán del Cochrane, Juan José Latorre, se movieran unas pulgadas de su sitio. Ese blindado ya no era, tampoco, el barco lento que los marineros del Huáscar conocían de cabo a rabo.


En Valparaíso, como parte de la estrategia chilena para cazar al Huáscar, el acorazado fue potenciado. Le pusieron ametralladoras, focos eléctricos para lanzar torpedos y limpiaron 1,200 metros de tubos obstruidos por hollín de carbón, ese mismo carbón parido en la fábrica que compartían en sociedad, Manuel Ignacio Prado, el nefasto presidente peruano, y Aníbal Pinto, homólogo chileno y mayordomo de la familia Edwards, la gran instigadora de la Guerra del Pacífico.


Ahora podía moverse a 12 nudos, a la misma velocidad del buque insignia peruano. Por eso, esa madrugada en Punta Tetas y luego en Angamos, logró alcanzar al monitor. Y no estaba solo. Lo acompañaban la corbeta O’Higgins y el vapor artillado Matías Cousiño. Al otro lado, un poco más atrás, la emboscada la completaban el blindado Blanco Encalada, la cañonera Covadonga y el vapor Loa.


¡Carajo! No le hizo ni cosquillas. Se escuchó desde arriba y la frase bajó como un obituario, como un ave de mal agüero que escarapeló el cuerpo de los 200 tripulantes del monitor. Una mezcla de oficiales blancos, grumetes mestizos, marinos negros y maquinistas gringos jubilados de la Guerra de Secesión.

La respuesta no tardó. Latorre ordenó fuego y los once proyectiles Palliser que traspasaron el metal de cuatro pulgadas y la madera del monitor, lo convirtieron en menos de hora y media en un amasijo de carne, en una arteria expuesta que tiñó de sangre e impregnó de olor a pólvora y muerte los 60 metros de largo del Huáscar.


Pequeño, con sus dos cañones de cargar por la boca inutilizados, lo único que sonaba era la metralla de sus Gatling y fusiles Remington, disparados con coraje agonizante por sus bravos defensores. Esos mismos rifles que habían acabado unos meses atrás con Arturo Prat, el comandante de La Esmeralda.



¿Qué iba a hacer la nuez contra el martillo en el diálogo del fuego? Dijo Manuel Elías, el último oficial sobreviviente que tuvo el monitor. Nada podía ya. Con su gran almirante caído en la torre de mando, con sus alféreces y tenientes heridos, batiéndose con revólveres ante la metralla abusiva, era poco lo que podía hacerse, salvo resistir hasta el último aliento e impedir que caiga la bandera y que desfallezca el honor. Habían sido 6 combates gloriosos, 10 naves capturadas, cientos de bombardeos a puertos chilenos. Habían sido.


Con el uniforme hecho jirones, esquivando los cuerpos de héroes caídos, el grumete Medina puede ver al teniente Pedro Gárezon Thomas en la cubierta, impotente porque ya no había municiones. Dos botes se acercan con una treintena de soldados chilenos. Abajo, el gringo Mac Mahon ha recibido la orden del alférez Ricardo Herrera de abrir las válvulas y echar el buque a pique.


El Huáscar ha sido capturado, pero el honor sigue intacto. Los rifles en la sien del gringo impidieron hundir el monitor y en unas horas entrará remolcado por el Matías Cousiño a Mejillones.


“Se defendieron como leones”, comentan los marinos chilenos mientras intentan arriar la bandera peruana que flamea amarrada al mástil. Los héroes se convierten en prisioneros y los llevan a San Bernardo donde permanecerán por algunos meses.


Pedro Gárezon, años después, será prefecto de Lima, Medina terminará su vida siendo jornalero en el Callao y con muchos reconocimientos, pero ya al borde de su muerte. Del gringo Mac Mahon no se supo más. Una foto de marinos negros permanecerá en el olvido por décadas y solo se hablará de los oficiales Melitón Carbajal, Diego Ferré, Carlos Tizón, Elías Aguirre o Enrique Palacios. Hasta les pondrán sus nombres a los buques modernos de la armada peruana.


Pero es preciso recordar que la gloria del Huáscar es compartida por los bravos “Buffalo soldiers” del monitor, la mayoría afroperuanos sobrevivientes del batallón Concepción. Esos muchachos bravos como José Santos Calderón, Faustino Colán y José Velásquez, quienes volvieron por sus frijoles con chancho a casa y que cerraron los ojos sin el estruendo de los Palliser, pero acompañados del silencio más doloroso, el del olvido.


El Huáscar ha sido capturado, pero el honor sigue intacto. Los rifles en la sien del gringo impidieron hundir el monitor y en unas horas entrará remolcado por el Matías Cousiño a Mejillones.


“Se defendieron como leones”, comentan los marinos chilenos mientras intentan arriar la bandera peruana que flamea amarrada al mástil. Los héroes se convierten en prisioneros y los llevan a San Bernardo donde permanecerán por algunos meses.


Pedro Gárezon, años después, será prefecto de Lima, Medina terminará su vida siendo jornalero en el Callao y con muchos reconocimientos, pero ya al borde de su muerte. Del gringo Mac Mahon no se supo más. Una foto de marinos negros permanecerá en el olvido por décadas y solo se hablará de los oficiales Melitón Carbajal, Diego Ferré, Carlos Tizón, Elías Aguirre o Enrique Palacios. Hasta les pondrán sus nombres a los buques modernos de la armada peruana.


Pero es preciso recordar que la gloria del Huáscar es compartida por los bravos “Buffalo soldiers” del monitor, la mayoría afroperuanos sobrevivientes del batallón Concepción. Esos muchachos bravos como José Santos Calderón, Faustino Colán y José Velásquez, quienes volvieron por sus frijoles con chancho a casa y que cerraron los ojos sin el estruendo de los Palliser, pero acompañados del silencio más doloroso, el del olvido.


*Crónica publicada el 8 de octubre del 2021 en El Peruano: https://elperuano.pe/noticia/130747-combate-naval-de-angamos-el-ultimo-dia-del-monitor?fbclid=IwAR2u3dxVwhwKTYMvCErrBfSi03L5SjrcSJgslx1sWRnFVFC9gztT7I1a8BU










Lima, de pueblo a ciudad

Isidoro Navarro, maestro en las artes coreográficas, dejaba en claro que solo él tenía las novedades dancísticas. Que quien quisiera mover las caderas y las falanges al mejor estilo europeo, tenía que ir a su academia. Y punto, no había vuelta que darle.

Corría 1847 y el aviso que puso en El Comercio no sólo ventilaba un amplio repertorio que incluía "bailes serios de sala" como la galopa rusa, la polka doble y sencilla, el jaleo de Jerez, los valses de cuatro clases y hasta el quema monte. Más que airear su despensa de movidas cortesanas, el aviso de marras tenía otra lectura y no precisamente de notas.

Desnudaba a una Lima que miraba con envidia a Europa, que talqueaba a sus hijos para las fotos, que exportaba primogénitos para que regresen hechos doctores y resuciten el apellido. Era una ciudad que soñaba con jardines colgantes, que le daba la espalda a su polvorienta costanera y que comenzaba a inocular en sus guaguas blanquiñosas, que los cholos tenían su lugar. Y ese no era precisamente el pueblo grande que el boom guanero comenzaba a convertir en ciudad.

El mayor exponente de semejante bestialidad racista fue José Rufino Echenique. Sí, fue el propio presidente de la República, nacido en Puno e hijo de chileno y boliviana, quien apadrinó esa frase que aun hoy recorre callejones y solares clase medieros donde hace rating Esto es Guerra: “Hay que mejorar la raza”.

Durante su gobierno (1851 a 1854) Echenique promovió, afiebrada y compulsivamente, una política de inmigración europea. Decía, sin pelos en la lengua, que Lima y el Perú debían tener gente de “buena raza”. Por eso impulsó el aterrizaje de alemanes, austriacos, irlandeses, españoles y otras etnias cara pálidas. Lastimosamente para él, su importación de piel colorada no tuvo éxito por la caída del boom guanero, algunos años después.

Otra muestra de su apego a la nobleza mazamorrera fue la corrupción generalizada al mejor estilo Odebrecht. Pagó millonadas a las familias más pudientes de la oligarquía limeña por una supuesta deuda de independencia. ¿Y qué hizo por Lima? Poco. Mejoró la carretera al Callao, inició la construcción del mercado central, contrató el servicio de alumbrado a gas y mandó esculpir las estatuas de Colón y Bolívar. 


La construcción de la ciudad
Ramón Castilla, quien sucedió al “cabeza rapada” de Echenique, fue el primer gran reformador de la ciudad o al menos fue el pionero en intentarlo. Sin aires burgueses, Castilla fue un gran revolucionario de esa Lima que aún tomaba agua del río, que roncaba cuando se iba el sol, y que era cucufata y matalascallando. La prueba irrefutable de esa idiosincrasia hipócrita eran las tapadas. La moda sobrevivía porque permitía, anónimamente, hacer tanto de espía como de pecadora.

Pero al margen del chisme y la cháchara de callejón de un solo caño, Castilla estuvo más preocupado en el servicio público y el bien común, que en pasarle la mano a los gamonales. Gracias a su gestión, Lima tuvo agua potable y telégrafo, se pudo ir hasta Chorrillos en tranvía, y se puso a los cacos en la flamante penitenciaría. 



Además, realizó el primer gran censo del país que arrojó un total de 2.487.916 habitantes en 1862.
De ellos, sólo un poco más de cien mil vivían en la Lima aún amurallada. Sí, recién 8 años más tarde caerían las murallas levantadas por españoles con tercianas y pesadillas corsarias. Era 1870 y Lima comenzaba por el norte en el Convento de los Descalzos y terminaba por el sur en la portada de Guadalupe, cerca de la plaza Grau.

En el lugar de las murallas se trazaron, al estilo francés, avenidas con boulevards que rodearon la
ciudad formando un cinturón de calles amplias y arboledas. Fue el primer trazo serio que tuvo la urbe. Fuera de esos márgenes se comenzaba a levantar Surco, un pequeño pueblo donde vivían los sirvientes de los balnearios de Chorrillos y Miraflores.

Ya con José Balta en el gobierno, se diseñaron parques decorativos sobre pampones donde antes se desnucaban toros y los vecinos se batían con revólver. En 1872 se inauguró el Jardín de la Exposición y su palacio (hoy Museo de Arte), inspirados en Versalles y los Campos Elíseos. Sobre 192 mil metros cuadrados se diseñaron jardines, arcos triunfales y fuentes.

Pero la influencia francesa no sólo dejaba huella en el diseño urbano. La gente quería vivir los nuevos tiempos y los gobernantes querían construir grandes obras públicas imitando la magnificencia de Madrid, Roma o Berlín. Una prueba de esa fijación por repetir patrones de ultramar fue el famoso baile de disfraces de 1873 en el Club de la Unión. 



Las dos señoras que mayor suma de dinero llevaron en alhajas fueron Rosa de Laos, quien vestía de Ana de Austria, y Fortunata Nieto de Sancho Dávila, quien hacía las veces de la Duquesa de Parma. Cada una llevaba 50 y 40 mil soles en joyas. Con ese dinero tranquilamente se hubiera dado de almorzar a mil peones que por esos años terminaban de construir el Club Regatas Lima y el Teatro Politeama que, como no podía ser de otra manera, se inauguró con Il Trovatore de Guiseppe Verdi.

La segunda gran modernización de Lima ocurre con las cicatrices de la Guerra con Chile aún cerrándose. El gobierno de Augusto B. Leguía modernizó la ciudad con el dinero de empréstitos cuyo fin inmediato era festejar el centenario de la independencia, en 1921. Se pavimentaron calles y avenidas, se levantó la plaza San Martín, se construyó el Palacio Arzobispal, Palacio de Justicia y el Palacio de Gobierno. Se levantó el arco morisco en la entonces avenida Leguía (Av. Arequipa). 

Además, se iniciaron los trabajos en las avenidas Venezuela, Nicolás de Piérola y Argentina. Se construyó el Hotel Bolívar y se fomentó la inmigración japonesa para inocular más disciplina en el ADN nacional.
Ya en los cincuenta, Lima se expandió desordenadamente. Los cerros fueron invadidos por los migrantes de la sierra y los ex barrios señoriales se tugurizaron. Los nuevos vecinos asaltaron los espacios donde hace unas décadas pasaban carruajes y se jugaba al cricket. Esa nueva generación de limeños encontraría respuestas en el gobierno del general Manuel A. Odría, quien emprendió una rápida construcción de conjuntos habitacionales, grandes hospitales y unidades escolares.

Pero Lima ya no volvería ser jamás la ciudad de los encorsetados paseos en el Jirón de la Unión. Sus parques se llenaron de nuevos vecinos que eran víctimas de una agresiva campaña de marginación. La televisión no aceptaba la cholificación de la ciudad y las siguientes generaciones de limeños, según analistas y antropólogos, nunca vieron o entendieron a Lima como su ciudad, como su casa.

Debe ser por eso que para algunos es tan fácil botar basura en la calle, pisar las flores, orinar en monumentos, robase luminarias o bancas públicas. Pero la culpa no sólo es de ellos. También recae en las autoridades que tumban parques para sembrar cemento.

Lima fue declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad en 1988, pero desde entonces solo se han pintado paredes y resanado algunos balcones. Tiene más de 1100 fincas y precios en estado ruinoso, los edificios que circundan las plazas Bolognesi y 2 de Mayo son una lágrima. Seguramente algún centro comercial está soplando fuerte para que todo se venga abajo y puedan levantar sus vitrinas. Entonces venderán pantalones en los predios donde antes los soldados rendían honores a la bandera. Parece que seguirá vigente el bautizo de Salazar Bondy. Lima sigue horrible, por más malls que le siembren donde antes perfumaban geranios y se derramaba lisura.

*Crónica publicada en El Peruano, el 18 de enero del 2017
https://www.elperuano.pe/noticia/50332-lima-de-pueblo-a-ciudad


miércoles, julio 06, 2022

M A E S T R O

Dentro de su casa habitaba un aroma particular. Una corriente aérea compuesta por lactosa y naftalina se daba de bruces en las columnas, caía moribunda sobre el parqué y se sacudía para seguir trepando, con torpeza infantil, por todas las habitaciones de la morada del mejor periodista del Perú: Manuel Jesús Orbegozo Hernández.
No hablaré de sus viajes ni entrevistas porque esos menesteres los dejo para quienes no lo conocieron y repiten, como los toribianitos, la misma estrofa de siempre. Hoy, en el día del maestro, prefiero recordarlo en la cotidianidad de su casa y en la simpleza de su alma.

MJO vestía casi siempre unas chompas gigantes que terminaban empequeñeciendo sus brazos morenos, mientras mostraba pasaportes caducos, souvenirs de la desgracia, recuerdos de guerras ajenas y negativos de personajes, personas y pusilánimes que él tomó de rehenes con su vieja cámara a rollos. En su oficina de la dirección de El Peruano, su frigobar no mantenía al polo whiskys ni brandys. 

Su pequeña refrigeradora custodiaba botellas de leche de vaca, avenas multicolores como las polleras de su Otuzco natal y otros menjunjes paridos con un solo objetivo: retardar el avance de una enfermedad iletrada y salvaje. Tenía la manía de rascarse la nuca y pasarse las manos por toda su cara mientras pensaba una respuesta. 

Jamás lo escuché decir una lisura ni agachar la cabeza ante sus jefes. Orbegozo podía ser todo menos un chicheñó. No rentó nunca su pluma como sí lo hicieron otros periodistas de la década del cincuenta con apellidos anglosajones, colorados ellos, pero con poca sangre en la cara. 

Lo conocí en San Marcos escapando de un profesor que me decían que hacía gala de un talento que no tenía. Por eso me matriculé en su curso y luego de algunos meses ya publicaba en la página de opinión de El Peruano.
Una tarde fui a dejar, como siempre, mi recibo por honorarios y Orbegozo salió de improviso de su oficina para darle algo a la guapa señora que tenía de secretaria. Me vio como quien mira un alma descarriada y me ordenó que pasara a su pequeño búnker.

“¿Qué haces de bancario'”, me inquirió, oteando de arriba abajo mi uniforme de cajero part time del BCP. “Tú tienes que escribir. ¿Cuánto ganas allá?” Le respondí y al día siguiente estaba renunciando al banco deforestador. A la semana siguiente escribí mi primera página central y luego de algunas semanas recalé en la página cultural con el gran Carlos Batalla y el talentoso Francisco Zeballos Valle. 

Claro que hay que ser agradecidos en la vida y por eso siempre tengo presente a mi maestro Manuel Jesús, el cazador de lechuzas, el mejor cronista que este país ha conocido y el reportero eterno que me enseñó la dignidad del oficio. Oficio al que algún día espero volver para escribir, escribir y solo escribir.

miércoles, mayo 06, 2020

El templo del olvido

Una fantástica iglesia del siglo XVII se resiste a caer. Los fieles restauraron su techo y le pusieron candado para evitar que manos impías rapten sus santitos y desmantelen los altares de pan de oro a punta de pata de cabra. Este invaluable tesoro queda en Bambamarca, La Libertad, a 3500 metros sobre el nivel del mar y la indiferencia.


Don Roberto Garro aún recuerda la última vez que hubo misa en la iglesia. Era de madrugada, pero como esa tarde había fiesta todo comenzó en penumbra, al ritmo que imponían los cantos de ranas y mucho antes que se despabilaran los gallos. Por eso las cadenetas chuecas pegadas con engrudo en los tarugos de madera. Por eso las flores
para camuflar ese bálsamo de pátina que invadía el pueblo cuando abrían las puertas del templo. Por eso su padre fue comisionado para dejar el atrio como Dios manda y evitar los ajos y cebollas que el curita de Huamachuco soltaba cuando llegaba a bautizar guaguas o casar parejas amancebadas, pero los pescaba con la iglesia de cabeza.

Pero todo eso pasó un día que su memoria es incapaz de marcar en el calendario. Pudo ser durante el mundial de España 82, en las fiestas marianas luego que Juan Velasco
traicionara a Fernando Belaúnde, tras las terribles tercianas que arrasaron con las vacas lecheras o unas semanitas antes que Karol Wojtyla se confesara charapa. Don Roberto, no sabe, no precisa. Pero lo que sí recuerda es la indiferencia sistemática del gobierno por restaurar la iglesia que tantos favores le hizo a la grey de Bambamarca, el encantador poblado de piedra donde Santo Toribio de Mogrovejo pasó el sombrero recolectando oro para solventar su extirpación de idolatrías.


Pero, lo que no dice Roberto, lo cuenta con lujo de detalles el buen Telmo, su hijo y representante de la tercera generación de Garros dedicados al apostolado en el templo construido en 1672 y que tiene como patrono a San Martín de Tours, el oficial romano que luego de compartir su capa con Jesús se perdió en los misterios de la santidad.

Con ese misticismo también coquetea la familia Garro. Todos los domingos se encargan de la liturgia, pero también de barrer el salón, ponerle flores a las vírgenes de marfilina, acomodarle los cabellos a los santos de arcilla y limpiarle los rostros de madera a esos ángeles escuálidos que alguna vez lucieron imponentes, pero que hoy solo amenazan con venirse abajo.


Sin embargo, los altares apolillados no pueden opacar la belleza de este templo con figuras de yeso y frescos coloniales sobre tabiques de quincha. Retablos andinos que
guarecen a mártires y apóstoles hispanos y que desnudan la riqueza de un sincretismo religioso en estado virginal. Estas piezas no han sido contactadas. Conservan la
belleza nativa del arte barroco, churrigueresco y gótico que curas de otros tiempos pusieron en Bambamarca porque era la puerta de entrada a la selva, a esa jungla de donde casi siempre sus evangelizadores regresaban flechados y no precisamente de amor.



Jhiordin, Sulmy, Arístides y Sheyla juegan en la plaza de armas mientras el cielo, mitad serrano mitad amazónico, se enciende y amaga con desatar el apocalipsis en este
poblado que el 2003 fue catalogado como el segundo distrito más pobre del Perú. El 2013 repitió el plato y apareció en el desafortunado top ten, pero de eso nada saben los pequeños.

Juegan a la pelota, pero mi cámara fotográfica les jala el ojo. Me miran de costado, pero basta que les pregunte si quieren tomar fotos para que su recelo baje la guardia. Mientras Sulmy juega con el zoom, Jhiordin me cuenta que aquí viven de la chacra. Que siempre sobra mashua, quinua, trigo, cebada, olluco, rocoto, papa y lenteja. Arístides, sorprendido al saber que tiene el nombre de un intelectual griego de otros tiempos, me cuenta en tono confidencial que comen gallina, cuyes, conejos y pollos, pero cuando hay santo sirven chanchito o carne de res.


Con tanta abundancia cuesta creer que la pobreza extrema haya echado raíces en este pueblo citado en dos obras de Ciro Alegría y donde la gente parece saludable y es hablantina por naturaleza. Sin embargo, basta caminar por el casco urbano para intuir la razón “citadina” del singular ranking. La mayoría de casas son hermosas construcciones de piedra laja y techo de paja, materiales que algún censador sin criterio confundió con simples rocas.

Entonces, para el resto del país, los bambamarquinos fueron etiquetados como meros hombres de las cavernas. A Telmo Garro de la Cruz, profesor de los 141 alumnos matriculados este año en el colegio Túpac Amaru, la estadística de la pobreza le saca roncha. Historiador, músico y escritor, Garro es un erudito que frunce el ceño al descubrir la razón por la que su pueblo es conocido en todo el país.


Él hubiera querido que supieran de Bambamarca por la iglesia colonial donde Santo Toribio perdonó pecados a punta de dádivas Por su fantástica plaza y damero de piedra
laja, por la historia de Chuquimanko y sus victorias sobre Huaraco, la fiera que comía niños o sobre el brujo que sometía a las mujeres bonitas y ajenas. Pero no. Nada de eso se sabe y por eso escarba en su memoria y cuenta que Pablo Macera mandó hace años una comisión de historiadores y antropólogos que se fue diciendo que ya volvía. Que ahorita no más regresaban para hacer un documental y restaurar la dignidad del pueblo. Que un comercial y volvían. Hasta ahora los siguen esperando.



Don Roberto avanza despacito entre cabras que campanillean, gallinas cariocas y niños que le abren paso y lo miran con curiosidad. Se sienta en el atrio de la iglesia y nos pide que hagamos algo por el pueblo porque él ya se está cansando. Que ochentipico años pesan, que espera que pronto arreglen la iglesia para poder morir en paz.

Cae la noche, el frío se cuela por las piernas y la gente cierra sus puertas. Los cantos de ranas invaden el pueblo como cuando abren las puertas del templo y ese
aroma a omisión se escurre hasta la cancha de fútbol que alguna vez fue laguna. Esto es Bambamarca y su gente mantiene la fe intacta. Siguen guardando sus mejores trajes para el día que sus santos y vírgenes recuperen la lozanía y salgan nuevamente en procesión desde esa iglesia que los Garro protegen de las aves de rapiña y de la indolencia nacional.



Los datos:
-A Bambamarca se llega en mula por una ruta fantástica de 5 horas que empieza en Pila, último punto de la carretera que los conecta con Bolívar (La Libertad).
-El 2012 un grupo de alumnos de la Universidad Nacional de Trujillo inventarió los recursos turísticos de Bambamarca.
-La fiesta principal de Bambamarca es el 11 de noviembre, día de su patrono San Martín.

(Crónica publicada en el diario oficial El Peruano, el 11 de noviembre de 2017)

domingo, abril 02, 2017

El Monstruo de Chapinero


Desde el edificio Equus 64 se puede ver las dos caras de Bogotá. Por un lado están las residencias de los acaudalados, los rascacielos como panales, y los condominios clonados de Netflix. Por el otro está el arrabal y las casitas de cartón engrapadas al monte. Allí viven los rolos (bogotanos) que trabajan limpiando las calles turísticas, las mujeres sin siliconas que cuidan bebés rubios y rollizos, y los jubilados que se ganan la vida cantando los titulares de muerte que inundan las portadas de El Observador.

Pero a las siete de la mañana del domingo 4 de diciembre de 2016, lo único que se escucha afuera del edificio de marras, levantado en la calle 64 del acomodado barrio de Chapinero Alto, es el ridículo ladrido de un perrito faldero, y el cantar de copetones y cucaracheros, pajaritos endémicos que invaden árboles, cables telefónicos y las tripas de alta tensión.

Rafael Uribe Noguera, 38 años, soltero codiciado, arquitecto y celoso compulsivo, tiene otra vez resaca. Ayer tomó una botella de Néctar, el aguardiente premium preferido por los yuppies, e inhaló varios gramos de cocaína que le trajeron hasta la puerta del edificio, como después corroborarán las cámaras de vigilancia. Ahora, tirado en su enorme cama con sábanas de 800 hilos, el hijo de una de las familias más reputadas de Colombia, mira el techo del cuarto y, de cuando en cuando, masculla el objetivo de esa mañana.

Ensaya nuevamente su ruta, recuerda el lugar donde conoció a Yuliana y saliva de las ganas. Ensaya nuevamente dónde y cómo parqueará la camioneta, repasa la mañana de ayer, cuando por fin pudo tocarla, pero frunce el ceño al recordar que el cumpleaños de una de sus sobrinas le impidió prolongar la cita. Ensaya nuevamente cómo hará cuándo la tenga desnuda, apunta que deberá ser cauto, que su apetito no puede hacerlo cometer errores.




En la humilde comuna de Bosque Calderón Tejada (una suerte de Villa El Salvador a la colombiana) y a sólo 1 kilómetro de distancia de los barrios bien, los perros y gatos son boterianos. Por el contrario de lo que indica la lógica en un barrio con más necesidades que sueños, las mascotas sufren sobrepeso por tanto huesitos de pollo que los niños les regalan. Son, quizá, la única distracción que tienen para olvidarse de la pobreza.

Bosque Calderón tiene solo un parque y sus callecitas son tan estrechas que no dan ni para jugar pelota. Fundado en los setenta por obreros que decidieron acabar con tanta vaina e invadir el predio, ahora sirve de morada para los nietos de los verdaderos constructores de la Bogotá boyante. Sin embargo, también es hogar de familias indígenas que escaparon de las balas de los narcos en los ochenta, y de la insania guerrillera en esta década.

Los Samboní Muñoz es una de esas familias que vivió a salto de mata por culpa de las FARC hasta que llegó a la ciudad. Juvencio es un tipo noble con rostro bonachón que trabaja llenando techos, en tanto que Nelly, el amor de su vida, es cocinera amateur y una mil oficios consumada cuando se trata de ganar pesos extras. Si hay alguien que impone la disciplina en casa es ella, porque a Juvencio la rectitud se le adelgaza cuando aparece su pequeña y con esa sonrisa tierna e infranqueable, le pide un abrazo de oso. Porque él es el papá más lindo y fuerte del mundo. La familia tiene un angelito más, Nicole, de 4 añitos.



La primera vez que estuvo en ese barrio no fue por de casualidad. Husmeaba debilidades en esas calles donde los niños aún juegan a las escondidas. Quería una niña a la que pudiera meter en su camioneta. El perfil era claro, tenía que ser pobre para endulzarla con monedas y, lo más importante, indígena para no provocar “cargo de conciencia”. Debía ser lo menos parecido a sus sobrinas y a las hijas de sus amigos, esas pequeñas que lo ven como un tío chocho y a las que, por más apetito que tuviera, sería incapaz de ponerles un dedo encima.

Necesitaba sentirse superior en todo sentido y eliminar cordones umbilicales con su entorno y los sentimientos. Por eso había estado el viernes en Bosque Calderón. Ese día se topó con Yuliana cuando jugaba en la puerta de su casa. Redujo la velocidad, cuadro el auto y le dijo que le daba 4 mil pesos si subía. Arguyó que no conocía la zona y que le pagaría para que lo ayudara a encontrar una dirección. La niña no aceptó y se fue corriendo.

Rafael enfureció como un toro. La cámara de una panadería muestra como la camioneta Nissan X-trail gris, sortea un camión cisterna antes de salir de cuadro. Le hervía la sangre de impotencia, estaba tan encabronado como esa vez que una pareja de jubilados que vivía en su edificio, lo denunció por inmoral y escandaloso. Lo habían sorprendido vestido de travesti en las escaleras, mientras en la sala sus amigos se divertían con prostitutas, y bailaban bachata calatos y a decibeles impenitentes.

Además del aguardiente y la cocaína, era un adicto al sexo y frecuentaba la zona rosa de Santa Fe. Su dosis semanal de chicas prepago, menores de 15 años y casi siempre morenas o mestizas, ya no aplacaba un instinto animal que comenzaba a desbordarse. Tanto que una semana antes de sus incursiones a Bosque Calderón, salió desnudo y le propuso “portarse mal” a una mujer de 41 años que encontró en el paradero.

La negativa de Yuliana lo había exacerbado. Tanto así, que al día siguiente, sábado 3 de diciembre, apenas acabó la matiné de su sobrina, y absolutamente sobrio, volvió a la humilde casa de la pequeña y le ofreció 10 mil pesos (poco más de 11 soles) para que entre al auto. Esta vez le habló con dulzura, le dijo que conocía a sus papás y logró que subiera, pero su primo Yazid Samboní, de 8 años, se dio cuenta y tras un nimio forcejeo se la arrebató. Era casi de noche y había mucha gente en la calle como para insistir. Decidió retirarse, pero volvería.




Yuliana despierta y salta como un resorte de su catre con colchón de paja. Hoy es domingo y lo quiere aprovechar al máximo. Quiere ir a la tienda donde está el vestido rosadito de encaje y blonditas que quiere lucir en Nochebuena. Toda la semana soñó con probárselo y ver cómo le quedaba en ese espejo, gigante como el de Frozen, que tiene la tienda del centro.

Las clases están por terminar y ella se ha ganado a punta de buenas notas que papá le cumpla el capricho. Yuliana Samboní tiene 7 añitos, le encanta vestirse de princesita pero dice que cuando sea grande trabajará tan duro, pero tan duro, que le comprará a sus papis y a su hermanita una casita al otro lado de la ciudad.

Cariñosa y responsable para una edad tan tierna, Yuliana cursa el segundo de primaria y le acaba de prometer a papá otra cosa. Le dice que otra vez se esforzará tanto, que por segundo año la escogerán para el tributo a la bandera. Ella misma ha pegado en una de las paredes de la sala, la bandera colombiana que le regalaron en julio por ser tan disciplinada y estudiosa.

Y es precisamente ese trofeo al mérito el que corona el desayuno ese 4 de diciembre. Pero como aún son las 8 y pico de la mañana, su papá le dice que juegue un rato, que es domingo y las tiendas en el centro recién abren a las 10. La pequeña sonríe emocionada y acabados los porotos, corre a su cuartito para vestirse. Se pone un short, un polito de tiras y sale a matar el tiempo con sus amiguitos. Son cerca de las 9 de la mañana y en unos minutos más ese angelito será raptado, violado y, finalmente, asesinado.



La canción preferida de Rafael Uribe es, ni más ni menos, que Cuatro babys, un hit nauseabundo del sobrevalorado Maluma, que dice así: “Ya no sé qué hacer / no sé con cuál quedarme / todas saben en la cama maltratarme / me tienen bien, de sexo me tienen bien / estoy enamorado de cuatro babys / siempre me dan lo que quiero / chingan cuando yo les digo / ninguna me pone pero”.

Esa canción, que hace apología de la mujer como objeto para complacerse, no solo es su preferida, sino que es como su himno, una especie de marcha inspiradora que pone a todo volumen en su camioneta. Ha confesado públicamente en su Facebook que le inspira, que lo saca de sus casillas. Y eso es doblemente peligroso, sobre todo para alguien que admitió que sus locuras son producto de su falta de autocontrol. Para alguien que enseña a sus amigos los videos que graba cuando tiene relaciones con amigas, enamoradas y prepagos.

Y esa mañana de domingo Uribe está entusiasmado, miserablemente emocionado con la posibilidad de tener a Yuliana ahí, en su cuarto y sin defensa. Se la imagina desnuda en el jacuzzi, se la imagina de maneras inimaginables para una mente normal. Pero él es todo menos normal, es un monstruo sexual que lo ha planificado todo al milímetro y con cronómetro. El tiempo ha comenzado a correr.

Las cámaras de seguridad del Equus 64 captan que Uribe sale de su departamento poco antes de las 9 de la mañana, y sólo seis minutos después ya está parqueado a pocos metros de la casa de Yuliana. Está ahí, sentada en la vereda, jugando yaxes cuando Uribe baja y la mete de un tirón en el asiento del copiloto, pone el seguro y arranca. Trata de escapar por la parte alta del barrio, pero la caída de un puente lo obliga a pasar de nuevo por donde raptó a la niña. Lo hace tan rápido que logra ver a la compañerita de Yuliana llorando de miedo y plantada como estaca sobre la berma.




¡Cállate carajo! Le grita para aplacar sus sollozos, pero la niña entra en pánico. Su instinto le dice que debe pelear, pero recibe un puñetazo que la deja casi inconsciente. Luego, la mano de Uribe coge su cabeza y la oprime tan fuerte contra sus piernecitas que ahoga toda posibilidad de defensa. La cámara de la panadería lo capta todo.

El reloj marca las 9.41 de la mañana cuando Uribe entra al parqueo de su apartamento. Sin embargo, algo lo pone nervioso. Sale y da siete vueltas esperando el momento perfecto para entrar nuevamente. Nunca lo hace y decide ir al otro edificio de la familia, el Equus 66, a pocas calles de allí. Entra raudamente, pero no tanto como para evitar que el portero del edificio lo vea cargar a la pequeña. Discuten unos segundos y finalmente Uribe logra convencerlo de que la pequeña es un familiar, que está malita y que, por favor, si alguien viene a buscarlo no diga nada. Que niegue que está ahí, que no pasa nada.

Abre la puerta del departamento. Es una pieza vacía que la familia ha puesto en alquiler, así que va directo al baño para consumar el crimen. La pequeña Yuliana recupera medianamente la conciencia y eso parece agradarle. La mira con deseo y superioridad, la desnuda, le pone un lazo alrededor de su cinturita, como si fuera un regalo, y comienza a ultrajarla.

El ataque es violento y la pequeña intenta defenderse de nuevo, pero solo logra arañar los brazos de Uribe, quien en esos momentos decide untar su pequeño y desnutrido cuerpecito con aceite de cocina. Se trata de un viejo fetiche practicado con sus novias y las prostitutas que contactaba por internet.

La penetra con tanta insania que desgarra su vagina y el recto en minutos. La pequeña, según los médicos forenses, murió estrangulada mientras la violaban. Es cerca del mediodía. Uribe sale al balcón del departamento, fuma un cigarro y grita: “la embarré, la embarré”.



La Dirección Antisecuestro y Antiextorsión de la Policía de Colombia (Gaula) ya anda tras su rastro. Los papás de Yuliana emprendieron la búsqueda y en menos de una hora está en marcha el operativo. La niña que jugaba con ella contó todo y en segundos aparecieron los agentes. Pidieron las imágenes de la cámara de vigilancia de la panadería y en minutos tienen la placa y el nombre del dueño de la camioneta: la esposa de uno de los hermanos de Uribe.

La llaman y ella cuenta que el auto lo maneja Rafael hace meses. Quedan con la Policía en reunirse en el departamento de Rafael, pero antes que todos lleguen, el asesino tiene tiempo para volver al Equus 64, bañarse, cambiarse, perfumarse y volver al lugar del crimen. Camina con absoluta normalidad e incluso chatea. Una frialdad de espanto.

Los hermanos logran ubicarlo en el departamento del crimen y afirman que sólo en el trayecto a la clínica donde decidieron internarlo por un problema cardiaco, Rafael recién les contó lo que había hecho. Lo cierto es que pasaron siete horas hasta que la Policía especializada pudiera dar con el cadáver. La encontraron en el cuarto de máquinas del jacuzzi. Su cuerpecito estaba partido, pero misteriosamente limpio de sangre, fluidos y otras pruebas evidentes que vincularan a Rafael como perpetrador.

Sin embargo, los exámenes forenses y el ADN del asesino en las uñas y zonas púbicas confirmaron todo. “El cuerpecito de Yuliana habló, a pesar que lo tuvimos recién a las 15 horas de su muerte. Había un evidente desgarro vaginal y rectal. No pesaba nada, la niña estaba desnutrida. Con todos los años de experiencia, nunca había victo un cuerpito así. No pesaba nada, una tristeza. Sin embargo la presencia del agresor y su identidad estaban científicamente comprobadas”, contó, entre sollozos, Carlos Valdez, el director de Medicina Legal.




Echado en una cama de la clínica Navarra, Uribe escucha, como quien oye una multa por infracción de tránsito, los cargos en su contra: feminicidio agravado, secuestro, acceso carnal violento y tortura. Frunce el ceño y pide que lo dejen llamar a un familiar. No muestra arrepentimiento, su única preocupación es que no se salga un catéter que sirve de bypass para algún líquido rehidratante.

Mientras tanto un nuevo equipo policial intenta recuperar más pruebas en una escena del crimen contaminada para intentar ayudar a Uribe. Encuentran ropa de más niñas en el tanque del inodoro. Son de diferente talla, lo que evidencia que Yuliana no fue su primera víctima.

El presidente Juan Manuel Santos rompe su silencio y en la tarde del lunes habla sobre el caso: "Con profunda indignación condeno el crimen de esta niña de 7 años en Bogotá. Que todo el peso de la justicia caiga sobre responsable", vocifera, y el peso mediático impide que el asesino acceda a beneficios. La Fiscalía logró una indemnización de 75 millones de pesos y una condena de 51 años y 10 meses para este asesino que siempre actuó conscientemente y con la precisión de un relojero.

"Se hizo justicia a pesar que las pruebas fueron manipuladas ¿Por qué fue tan desalmado con mi hijita?, mi niña no se merecía esto", responde en la radio, sollozando y con una dicción atropellada por el dolor, Juvencio.

El papá más lindo y fuerte del mundo ya no tiene a su chiquita para darle abrazos de oso, y Nelly se desmaya cada vez que los ansiolíticos pierden efecto y vuelve a la vida. Hace meses que los niños no juegan en las calles de Bosque Calderón y la casita de los Samboní luce abandonada.

Fernando Marchan, el portero del edificio Equus 66 se suicidó por miedo a que lo involucren como cómplice, en tanto que los hermanos del “Monstruo de Chapinero”, Francisco y Catalina, afrontarán un juicio por encubrimiento y complicidad. Este ha sido un triunfo de la justicia sobre el apellido poderoso y el dinero a borbotones. Entonces, aún hay esperanzas en un país donde violan 21 mujeres al día y dónde la impunidad alcanza el 95% Yulianita no ha muerto en vano y hoy tiene un nuevo hermanito que cuidará desde el cielo y que lleva su nombre, Julián.

martes, noviembre 22, 2016

El Taita Technicolor

Le hacía el amor a Marilyn en un hotelito de La Parada. Bailaba tango con patilargas que de día dormían en la revista Esquire, pero que de noche saltaban del couché, y convertían su habitación en un palacio del placer inocuo, desde donde se veía a los gallinazos picotear a los pericotes.

Brindaba con manzanilla y café con leche, pintaba putas, retrataba locos, dibujaba mendigos. Le guiñaba al mundo desposeído y en ese trance era feliz. Le encantaba el arrabal, el pueblo joven y sus casitas sitiadas por la miseria, pero teñidas con la alegría de la pintura satinada.

Víctor Humareda amaba los colores achorados, esos destellos que recogía en San Cosme y en las calles de una Lima que ponía a secar sus fustanes en los balcones, que cambiaba los baguettes por toletes, y que comenzaba a dejar el casimir para vestirse con gabardina.

Eran los años cincuenta y la ciudad de los Miró, Berckemeyers y Marsanos, recibía con los brazos cerrados y el ceño fruncido a Quispes, Mamanis y Yupanquis. Se vivía una metástasis de polleras y emolientes en las esquinas, esas mismas que antes fueron territorio de los chinos y sus chucherías. El escenario del maestro del expresionismo peruano, era la cholificación de la Lima blanquiñosa. Un nuevo orden al que todos, menos él, le daban la espalda.




Es medio día en la Plaza 2 de Mayo y Humareda camina presuroso donde su casero. Nunca le compra nada tangible, sólo se arrellana contra la pared, cierra los ojos y disfruta de la música que escapa de una radiola. El tipo vende vinilos de los maestros de la música clásica. Humareda no compra, solo escucha con cierto placer amniótico las melodías de Beethoven, Mozart o Strauss.

Hace años que descubrió el placer de los clásicos de la música y la pintura. Sucedió mientras estaba en París, pero sobre todo en Buenos Aires, donde afinó su estilo con Quinquela Martín, de quien aprendió el placer por la periferia y el mundo popular, por los personajes de supervivencia y ese cosmos pancromático que sirve para menguar la palidez sobre la alacena.

Por eso, ahora anda enamorado de la estética de la antiestética que siembran los migrantes de segunda generación en plenos setenta. Humareda recorre el centro, recala en los prostíbulos del Callao, conversa con desquiciados y estibadores en La Victoria, se tiempla de casquivanas rubias, y apunta en su libreta cada detalle para no olvidarse de lo esencial: el amor y la felicidad. Y es que él sabe, como dice la canción de Leo Dan, que en cuanto llegan se van.

Corre a su cuartito que a la vez es su atelier y comienza a pintar con la aprensión de un afiebrado. Como a quien le ha sido revelado un designio que debe replicar al instante. No importa que el casero lo amenace con botarlo del 283, si los periodistas vuelven a referirse al Hotel Lima como un hotelito de mala muerte. Dice que le sacará la chochoca y le hará ver al diablo calato. No acusa recibo. Bocetea, pinta y le dice a Marilyn que el cuadro está quedando como Dios manda.




Los mozos del bar Cordano lo conocían de sobra. A pesar de su aspecto bohemio y su pinta de dandi altiplánico, Humareda nunca fumó ni tomó, ni tampoco se le vio bailar pegado. Era más bien abstemio, romántico y bonachón. Herman Schwarz, fotógrafo y amigo del pintor, lo recuerda como un ser solitario, de buen humor, pero dueño de una paranoia muy particular.

“No permitía que nadie invadiera su privacidad y si alguien quería hablarle, siempre citaba los jueves entre las 2 y las 4 de la tarde, que era el horario en que cambiaban las sábanas de su cuarto, y él tenía que supervisar que no ordenaran el desorden que tan ordenado estaba”, recuerda Schwarz, quien tiene los mejores retratos que existen de Humareda.

Maniático de la puntualidad y dueño de una vasta producción, fue precisamente esa compulsión por capturar personajes desclasados la que terminó por pasarle la peor de las facturas. Los gases de chisguetes de óleo y de diluyentes que guardaba al lado de su cama, complotaron y devinieron en un brutal cáncer a la laringe que terminó matándolo el 21 de noviembre de 1986, en una cama del Hospital de Enfermedades Neoplásicas, sin Marilyn en la pared ni el retrato de su madre bajo el colchón.

Humareda se fue dejando más de dos mil lienzos y bocetos en los que, como dice el crítico Jorge Villacorta, queda explícito que el puneño tenía grandes referentes como Van Gogh, Goya, Rembrandt o Picasso, pero a diferencia de pintores mediocres, él impuso su huella dactilar, un estilo propio y con tanta personalidad que muchos gallinazos (y no los que se veían desde su ventana en el hotel Lima) aterrizaron para robarle sus cuadros. La leyenda urbana dice que el pintor Eduardo Moll fue uno de los que más se aprovechó de Humareda, pero es leyenda al fin y al cabo.




“La lucha por la vida tiene mucho color, voy a pintarla. Muchos tienen una imagen de lo que no soy. Como tengo imaginación vivo feliz. Si viviera de otra forma no sería Humareda, es la vida que he escogido. El arte es un apostolado y estoy imbuido de belleza, amo la vida, todo lo que me inspira y emociona. No le temo a la muerte porque es un punto de partida a la eternidad”, repetía el maestro en sus entrevistas, mientras le tomaban fotos en su sillón de Sócrates, una destartalada butaca a la que el cholo le devolvió la dignidad.

Humareda apostaba por vivir intensamente la vida que uno realmente quiere y no la que nos impone la necesidad. Sabía que hay formas de sobrevivir dignamente y de vivir sin dignidad. La felicidad no sabe de cuentas bancarias, sino de recuerdos lesos, de tangos bailados en la oscuridad o de amores eternos con casquivanas que dejaron de serlo cuando dijeron que sí. El cholo pintaba entre hombres sudando y Marilyn enamorando, disfrutaba de París y La Parada sin chistar. Su mundo no conocía la banalidad, era el planeta del color y la patria de la felicidad.


Crónica publicada en El Peruano, noviembre de 2016

domingo, noviembre 13, 2016

El alma de Tacna

Santiago Velásquez tenía ocho años pero el día anterior se había portado como un hombre. Ante tres ganapanes chilenos, había sido claro en la víspera: En su casa no flamearía la bandera indigna. Ningún Velásquez daría vivas al invasor y él no iría al liceo para nutrirse de Diego Portales, el patricio chileno que había sentenciado que el futuro de Chile pasaba por tomar el sur del Perú.

Por eso vino la golpiza impune y la intentona de violación a su hermana, Olga Velásquez, hasta que un palazo removió la morra del sátrapa José Llangato. El mapuche devolvió el golpe con insania y la agarró a punta pie limpio contra los hermanos. Luego, con sus cómplices, saqueó la casa y estaba a punto de quemarla, cuando llegó la madre de los críos con más gente. Tuvieron que huir como hienas.

El episodio es narrado con cierta prolijidad en la edición del 13 de marzo de 1926 de La Voz del Sur. Era una raya más al tigre, pero una raya que entonces debía conocerse más que nunca, pues la reincorporación de Tacna estaba a la vuelta de la esquina.



Se trataba de un ataque más de “Los mazorqueros”, pandilla paramilitar que hace décadas sembraba el terror y paría viudas en Tacna. Con el auspicio y la logística de la soldadesca invasora, golpeaban, robaban y asesinaban a los peruanos chúcaros que se negaban a reconocer a Chile como la nueva patria.

Eduardo Yepes, historiador tacneño de pura cepa, cuenta que si bien por un lado los chilenos desenvainaban la espada para intentar chilenizarlos, por otro lado blandían su sonrisa hipócrita y manipuladora desde la esquina académica.

Ni por la razón ni por la fuerza
Por más que trajeron catedráticos desde Santiago para impresionar a los púberes tacneños de la primera generación nacida en cautiverio, el patriotismo se mantuvo a flor de piel. Los nuevos tacneños no se dejaron seducir y se instruyeron en escuelas clandestinas que abría la Sociedad Católica de Instrucción y Auxilios Mutuos.

Si bien el Tratado de Paz de Ancón de 1883 estipulaba que en diez años debía darse un plebiscito para que las poblaciones de Tacna y Arica decidan por Perú o Chile, en 1894 el invasor pateó el tablero y de ahí en adelante, como una forma de resistencia cultural, los tacneños afianzaron su peruanidad y produjeron el mejor teatro y poesía de su historia.



Como parte de la resistencia tacneña, en la gloriosa Sociedad de Artesanos y Auxilios Mutuos El Porvenir, en 1886 se escuchó por vez primera el himno de Tacna. La composición fue de Modesto Molina y tenía la misma música del himno nacional. Se cantó hasta 1911, año en que se intensifica la violencia hacia los peruanos y se destruyen las imprentas de los combativos diarios La Voz del Sur y Tacora.

Una década después, en 1925, la comisión estadounidense que debía evaluar la factibilidad del plebiscito, resuelve que no había garantías para un proceso neutral con “Los mazorqueros” golpeando cabezas, derramando sangre y matando peruanos.

Después de una serie de negociaciones directas entre los entonces presidentes de Perú y Chile, el inefable Augusto B. Leguía y Carlos Ibáñez, los chilenos sueltan el anzuelo y el dictador muerde con genuflexión y alegría: se partirían los territorios.

Se decidió que Tacna regrese al Perú y Arica siga bajo el infame yugo chileno. Esto se concretó el 28 de agosto de 1929 en una ceremonia con más de 20 mil almas en la plaza de armas de Tacna, y que concluyó con el izamiento de la bandera y la entonación del himno por soldaditos peruanos, universitarios, campesinos, mujeres corajudas y ciudadanos con el corazón partido: se recuperaba la ciudad pero se perdía el puerto para siempre.

El mundo da vueltas
A 86 años del regreso de Tacna al Perú, la situación de las ciudades hermanas es dispar. Tacna ha crecido y diversificado su oferta productiva y comercial. Por otro lado, Arica sigue pareciendo un pueblo grande. Olvidada por el gobierno de La Moneda, sus habitantes sufren un proceso de peruanización… sin querer queriendo.

Sin fusiles y sin bayonetas, parece que nos estuviéramos cobrando la revancha. Los principales restaurantes sirven lomos saltados y cebiches. En sus casas se lavan los dientes con pasta dentífrica peruana, sonríen y ven gracias al asequible talento de los odontólogos y médicos tacneños. Visten polos traídos de Gamarra y pasan un tercio de su vida en suelo patrio. Quizás sea el momento de hacer un plebiscito y preguntarle a los ariqueños si les gustaría volver al Perú. No creo que digan no.

Crónica publicada en El Peruano, agosto 2016

Entre la línea del bien y del mal

Indira Huilca ha demostrado no tener mucha correa ni aguante político. La novel congresista electa por el Frente Amplio e hija del desaparecido líder sindicalista, Pedro Huilca, ha soltado toda su furia en las redes sociales contra un insignificante meme.

Se ha peleado con un poco de tinta y le ha salpicado una andanada de críticas que van desde los calificativos de ignorancia supina, hasta unos de más grueso calibre que desnudan una supuesta intolerancia crónica y un ego elefantiásico.

“Soy víctima de ataques patéticos de los fujitrolls al mejor estilo del fujimontesinismo” ha respondido la egresada de San Marcos, sindicando responsabilidades al meme de marras que, muy suelto de huesos, soltaba un rumor sin mucho asidero: que había cobrado por gastos de instalación en el Congreso y que le encantaban los iphones. Y si eran rosados, mejor.



Entonces el clima empeoró y se encendió una pequeña pradera. Su verbo altisonante provocó el aterrizaje de memes recargados que se regodeaban en sus lapsus recientes, y le recordaban que Lima no sería sede de los Juegos Olímpicos el 2019, que el Perú no era un país de violadores y que la matanza de Accomarca no fue responsabilidad de Alberto Fujimori, sino que ocurrió durante el gobierno aprista.

Tras recibir estos ganchos de derecha en las redes sociales, la joven congresista parece haber reculado y aprendido la lección que no puede emprender batallas que no va a ganar. Que debe entender que los memes, las caricaturas y la mofa en tinta china o ilustrator deben digerirse con una sonrisa por fuera aunque la procesión vaya por dentro. Más, si son anónimos.

Pero Huilca no es la primera en pelearse con una viñeta. Hace unos años el mismísimo presidente del Poder Judicial, Enrique Mendoza, resbaló mediáticamente y amenazó con denunciar al caricaturista de La República, Carlos Tovar “Carlín”, si no se rectificaba. ¿El pecado? Colocarlo en una viñeta con una estrella aprista en el pecho, aludiendo, claro está, a su supuesto vínculo con la Casa del Pueblo, rumor que por esos días corría, incluso, dentro de los feudos de jueces y fiscales.



Estas respuestas destempladas, eufóricas y hasta cierto punto, cándidas, de quienes ven zaherida su autoestima por una caricatura, sirven para recordar los orígenes de la crítica a mano alzada en el Perú, los mismos que se remontan a los intestinos de la gesta libertadora, cuando en 1820 José de San Martín apareció montando un asno, en evidente alusión a su, disque, poca inteligencia.

Más adelante, en plena República, el grabado fue el arma para tomarle el pulso a la realidad nacional, graficando, por ejemplo, las puyas entre el mestizo Ramón Castilla y el criollo José Rufino Echenique, en medio de revueltas y trifulcas liberales. Fue la época auroral de la sátira peruana, aunque su estilo remedaba viejas formas de la Europa de emperadores, zares y cortesanas. Otras publicaciones que sobresalieron en esos años fueron Adefesios y Aletazos del Murciélago (1866), de Manuel Atanasio Fuentes, que vapuleaba con descaro al mariscal Castilla.

Pero si hablamos de caricatura política con sello propio, el parto con sabor nacional se da de la mano del arequipeño Julio Málaga Grenet, quien en 1905 funda Monos y Monadas junto al inmortal Leonidas Yerovi. Tan potente fue esta publicación que reclutó a grandes dibujantes e intelectuales como Abraham Valdelomar.

Luego seguirán Lléveme usted (1911), fundada por Yerovi, y El Mosquito, de Florentino Alcorta. Para 1917, Málaga y Federico More sacan Don Lunes como una trinchera contra el segundo gobierno de José Pardo y su república aristocrática. De esa época también resalta Mundial de Jorge Vinatea Reinoso que combativamente se mofaba del dictador Augusto B. Leguía con una ironía de filigrana. Incluso José Carlos Mariátegui colaboró en esta revista con una sección intitulada, “Peruanicemos el Perú”.

En los cuarenta volvimos a mirar a ultramar y las publicaciones salían con un tufillo estadounidense y muy ligadas al cómic. En 1947, Carlos Roose, “Crose”, se inspira en José Luis Bustamante y Rivero para crear su personaje “Pachochín”, con quien ironiza sobre su exacerbado apego a la letra. Años más tarde sale Rochabús, de Guido Monteverde, que inspiró a caricaturistas contemporáneos como “Carlín”, quien define la caricatura como una herramienta ácida y deconstructora.



“La caricatura es el medio con el que expreso mi punto de vista y me siento completamente libre. La caricatura es un elemento de crítica, la caricatura no puede apoyar a ninguna ideología porque no construye. La caricatura destruye, pero esa destrucción es necesaria. Es vital la oposición al poder, es así como funciona”, suelta Carlín, marxista confeso y por ende un gran caricaturista pues esperamos que el marxismo nunca alcance el poder.

LA NUEVA OLA
El recambio en la política peruana de los fabulosos e iconoclastas años cincuenta, tiene como secuela el nacimiento de medios nada cacasenos como La Olla (1966), que zarandeaba al aprismo y al belaundismo. Además, retorna el cáustico Monos y Monadas, esta vez de la mano de Nicolás Yerovi, que en los setenta y en plenas fauces del gobierno militar de Morales Bermúdez, se convierte en ícono del humorismo y se vuelve un bálsamo donde los civiles sentían que alzaban la voz, aunque sea un poquito.

Allí se consagran grandes caricaturistas como Juan Acevedo, creador de “El Cuy”. Otros artistas, unos con más y otros con menos talento, que han paseado sus trazos y verborrea gráfica han sido Alfredo Marcos, Eduardo Rodríguez, Julio Polar, Javier Prado, Miguel Ángel y Alonso Núñez. Sin embargo, aún teniendo todo este glorioso pasado, la caricatura nacional sólo tiene ahora un hijo pródigo en “El Otorongo”, donde destacan Jesús Cossío, Luis Rossell, Álvaro Portales o el veterano Heduardo. En el campo digital podría citarse a los chicos de El Panfleto, pero ahí paramos de contar.

Pero si alguien merece una referencia especial en la historia de la caricatura política nacional, ese es Luis Felipe Angell de Lama, “Sofocleto”, el gran maestro de la ironía, periodista, escritor y humorista gráfico que inmortalizó el irreverente “Don Sofo” en los setenta y ochenta, y que paseó su talento por los más importantes diarios del Perú. Habría que recomendarle a la congresista Huilca que no se haga muchas “paltas” con el humor gráfico y que, como decía “Don Sofo”, crea más en la filosofía universal del gato.

Nota publicada en Manifiesto, setiembre 2016

En el nombre del padre

Hizo la primera tesis en el Perú sobre conflictos socio ambientales en los ochenta. Se involucró en la defensa de las comunidades vejadas por la actividad extractiva, principalmente. Para unos es un adalid ecológico, para otros un demonio que espanta las inversiones. Marco Arana llegó al Congreso por el Frente Amplio, pero él mira más allá. Esto no es una entrevista, es más… un mea culpa


Usted es un producto mal vendido para la gente, se le ve como un rojo, como enemigo de la inversión, como un revoltoso antiminero. ¿Es posible cambiar esa imagen desde el Congreso?
No tengo otra manera que acercarme a la gente. En la marcha contra la violencia de género, un hombre de unos 60 años me gritaba diablo, entonces me acerqué y comenzó a repetirme todo lo que se ha inventado de mí. Al final de la conversación reconoció que yo tenía ideas claras, que luchaba por un ideal y no por un interés personal, pero me dijo que igual nunca votaría por mí. Que no esperaba que me acercara luego de haberme ofendido. Pero al menos ya no era un diablo, me entiende…

Pero más allá de discursos, la gente quiere gestos, acciones…
Es cierto, quienes representamos la solución ambiental tenemos que ser consecuentes. Hay que acercarnos más a la gente y ahí entra lo que llamamos la acción política coherente y testimonial. Lo que dijimos en campaña lo defenderemos, mantendremos contacto con quienes nos respaldaron y estaremos abiertos al diálogo con quienes no nos conocen y atacan. Nuestra actitud será siempre pro positiva. En el Frente Amplio no solo sabemos decir no, tenemos que mostrar que una cosa es la indignación frente al abuso y otra es no proponer salidas.

Y esa indignación le costó su expulsión de la Iglesia el 2009
Fue el precio por formar Tierra y Libertad. Yo no veía incompatibilidad entre ser sacerdote y defender los derechos de la gente. No pensaba terminar en la actividad política, lo que buscaba era ayudar al proceso de organización y concientización para una participación ciudadana en materia política y ecológica. Esta postura encendió los reflectores de la derecha como si fuéramos enemigos de la inversión, llevaron al nerviosismo y cierta actitud hostil del prelado…



Digámoslo claro, Cipriani…
Cipriani me dedicó homilías y mensajes directos y públicos. Solicité permiso, no se me dio y se me suspendió. Me hicieron un juicio eclesiástico y se me dispensó de mis funciones sacerdortales, excepto en emergencias. Yo me mantengo en discrepancia con la línea neoconservadora de algunos obispos peruanos que están en contra de la Teología de la Liberación…

Antes, en el Ejército las órdenes se obedecían sin dudas ni murmuraciones, pero ahora existe el derecho a la insubordinación. Me imagino lo que debió ser tener como jefe a Cipriani con todas las denuncias que pesan sobre él, a quién protege, sus millones en el Banco del Vaticano…
Y con los wikileaks que hablaban que los más altos obispos del Perú se reunieron con los embajadores de EEUU, Canadá e Inglaterra para ver cómo sancionar a los sacerdotes comprometidos en la defensa de la ecología, con los involucrados en el conflicto ambiental. Cuando supe cómo se negociaba con gerentes de empresas mineras, comprendí la profundidad del poder económico y político, y su miedo de que cambie el sistema establecido con la lucha de los pueblos indígenas.

Y Cipriani estaba de acuerdo en eso…
Las formas jerárquicas de la Iglesia han querido convertirla en cuarteles, pero la teología cuestiona las estructuras de poder y por eso se dan las discrepancias con Cipriani, defensor del gran interés económico. El amor con la naturaleza está en la nueva encíclica del Papa, pero intentan taparla. Sufro porque en la Iglesia me ven como enemigo, pero hay que guiarse por la libertad y el amor a los principios, por el respeto a la dignidad humana, a la naturaleza. La prepotencia nunca dura.

Y de subordinado de Cipriani pasó a ser un subordinado de Verónika Mendoza…
Jamás me sentí ni seré un subordinado de Verónika Mendoza. Me sentí completamente identificado con el proyecto de Tierra y Libertad…

Pero el 2021, para el Bicentenario, ¿Quién será el candidato de la izquierda? ¿Tendremos un cura presidente, ya tuvimos un militar y no nos fue muy bien que digamos?
Yo represento a Tierra y Libertad y aunque hay naturales diferencias en el Frente Amplio, quienes escojan al candidato del 2021, y eso lo sabe Verónika Mendoza, serán nuestras bases. Para ello tenemos que mejorar nuestro sistema de elecciones internas. Hay una expectativa natural de los líderes, pero debe haber una consulta ciudadana con mecanismos más transparentes…

¿No los hubo el 2011? incluso se habló de fraude, que le habían volteado mesas en las elecciones internas…
Tuvimos un proceso inédito con resultados que podrían haber sido más favorables a Tierra y Libertad, pero hay que mirarlo en el ciclo histórico. No ganamos y no pateamos el tablero por eso. Hay que mirar la política con generosidad y al largo plazo. De cómo construimos, a partir de nuestra llegada al Congreso, un espacio convocante con quienes sea posible un nuevo espacio. No hay necesidad de atarse a las viejas anclas que han atado la unidad de las izquierdas…

Siente entonces que su movimiento perdió feeling cuando se acercó a Gregorio Santos y luego se alió con Verónika Mendoza, y se supo lo de las agendas y se corrió la cortina de su pasado palaciego…
En medio de una situación de descredito decidimos crear un partido político. Fue audaz y valiente. Ahora, el pretender llegar con otras tiendas políticas que capitularon y otras que se perdieron en el camino, ese proceso hay que leerlo autocríticamente. ¿Creábamos un partido alrededor de una persona? No. Siento que hay que devolverle a la política ese sentido amplio, sin caudillos. Creo que lo hicimos bien, pero hay que admitir que como movimiento político ecologista y descentralista no teníamos porqué cargar los problemas que llevaron a la división de las izquierdas.

Se arrepiente de la alianza…
No, pero creo que había que marcar la continuidad con los movimientos que defendían los derechos laborales, sociales. Ahora hay que incluir una agenda política con la defensa de los derechos indígenas y el cambio de la racionalidad política y económica. Creo que ese sigue siendo el núcleo de tensión que ha impedido un proceso de unidad más convocante, nítido y que nos ha llevado a enfrascarnos en problemas insuperables que las izquierdas más tradicionales siempre tenían

Sigo sintiendo que se equivocó al escoger a sus amigos, a quienes dejaba entrar a casa…
Comparto tu pregunta porque es una interrogante que me acompañará a lo largo de los próximos años. ¿Si queríamos construir algo nuevo, podíamos intentarlo con viejos métodos? Pues la respuesta es no. Vino nuevo en vasijas nuevas. La relevancia del tema ecológico no pasa a ser la preocupación de izquierdas ni de derechas. La tierra nos está diciendo que hay un fin y que hay que caminar en otra dirección.

¿Y Tierra y Libertad cambiará de dirección?

Creo que hay que evaluar lo que uno ha hecho. Decir que la lucha de los ronderos y las comunidades campesinas de Cajamarca se concentra en Gregorio Santos, no es así. Él es un hijo de ese movimiento. Las personas pasamos, los procesos quedan y esos procesos quedan marcados por el liderazgo. Yo apoyé a esas bases sociales y ellos esperan un liderazgo que no los defraude con corrupción, demagogia, caudillismo, ni la mediocridad como pasó con Ollanta Humala. Gregorio, Verónika y yo somos pasajeros, es el proceso el que cuenta.

En Verónika he visto un proceso de madurez que ojalá cuaje y espero que se aclaren las acusaciones que pesan sobre ella. En el caso de Gregorio Santos la corrupción nunca ha tenido bandera, viene de derecha y de izquierda. Si lo exculpan en buena hora, pero si lo condenan que esta sentencia no solo venga del Poder Judicial, sino también de la gente que lo acompañó. Una cosa es la unidad y otra es apañar.

Entrevista publicada en Manifiesto, setiembre 2016



Radiografía de una mentira

Siempre que se hace una historia se habla de un viejo, de un niño o de sí, pero esta historia es difícil. Haré la historia de un ser de otro mundo, de un animal de galaxia. Es una historia que tiene que ver con el curso de la vía láctea (socialista peruana), es una historia enterrada (sobre un audio falso y un boicot grosero). Stop.

La letra de Canción del elegido, de Silvio Rodríguez (compañero al fin y al cabo) sirve de coartada perfecta para contar la verdadera historia detrás de la elección de la candidata presidencial del Frente Amplio (FA), la ex nacionalista Verónika Mendoza, y del gran derrotado de esa lucha intestina, el ex sacerdote Marco Arana.

Pude conversar con Jorge Gallegos Pineda, ex personero legal de Tierra y Libertad en las elecciones primarias del FA realizadas el 2015, quien después de un año decidió romper su silencio y correr la cortina de un escándalo que llega a la propia Mendoza, y que le salpicaría al mismísimo presidente de la Federación Peruana de Fútbol, Edwin Oviedo, a la sazón, mandamás de la Empresa Azucarera Pomalca.

“Pasado un año del fraude que nos hizo Sembrar (movimiento que empujó la candidatura de Verónika Mendoza), apoyados seguramente por la empresa del señor Oviedo, creo que es hora de hablar y que la gente sepa la verdad. Es momento de contarlo todo”, suelta Gallegos, escarba en la memoria y pasa revista a correos y expedientes de una verdad que nadie quería contar por miedo al qué dirán, a la demolición mediática del FA ad portas de las elecciones presidenciales de abril pasado.

El sólido norte
Setiembre del 2015. Arana está preocupado. La gente de Sembrar ha comenzado a esparcirse como un virus en el frente, a copar los cargos más altos del FA, y en esa ramificación abonan viejos panzers zurdos como Marisa Glave y Pedro Francke, oficialmente adscritos a Tierra y Libertad, pero adláteres de Mendoza. La cosa es así, con el apoyo mediático, con la luz verde nacionalista y con el entusiasmo de muchos universitarios, la candidatura de Mendoza sube como la espuma en las zonas urbanas. En Tierra y Libertad andan con los crespos hechos y ensayan teorías, esbozan estrategias para hacer frente al huracán mediático que tiene la lideresa de Sembrar. Los votantes de Arana son por el contrario a la naturaleza de los seguidores de Mendoza, ciudadanos rurales, difíciles de agrupar para que voten.

¿Cómo parar esa espiral? ¿Cómo contrarrestar la falsa imagen de rojo y antiminero que tiene Arana? ¿Cómo ganar las primarias del FA si todo parece consumado? Son preguntas que se hace el cogollo de Tierra y Libertad. Entonces Gallegos alza la voz y muestra el pan que traía bajo el brazo: “El norte nos apoyará con más de 10 mil votos. Los trabajadores azucareros de Pomalca y Tumán que forman el movimiento de Giovanna Constantini nos dará el triunfo”, dice, y los rostros adustos dan paso a la incredulidad. Gallegos replica, se explaya y convence. Lo escuchan, pero “ver para creer” dicen los dirigentes y se decide que Arana vaya al mismísimo norte a comprobar si el apoyo es en bloque como se especula.



“Arana viaja con Miriam Parra. Pasean junto a Giovanna por los pueblos, hablan con la gente de la organización azucarera y el propio Marco se queda sorprendido con el afecto y respeto que la gente le mostraba a él y a Giovanna. Luego de comprobar el respaldo que tendría su candidatura y que inclinaría la balanza regresan a Lima con mucho entusiasmo y reforzamos el trabajo de campaña. No nos podían ganar”, espeta Gallegos y recuerda que tal fue el miedo de Sembrar que mandaron al propio Juan Carlos Giles para que le ofrezca lo que quiera a Constantini, con tal que esos votos recaigan en Verónika Mendoza.

¿Pero por qué tanto cariño con la ex periodista? Hacia fines de agosto del 2015, los trabajadores azucareros de Pomalca habían logrado un viejo sueño: la empresa de Edwin Oviedo había claudicado a su postura feudalista con la que se enfrentaron por más de 10 años y había reconocido sus derechos laborales.

“Se les reconoció sus beneficios, sus derechos. Pasaron de ganar sueldos de hambre a cobrar hasta 1200 soles. Fue una lucha sindical que nunca se había logrado y que obtuvieron con el apoyo de Giovanna, quien logró unirlos en una sola causa. Entonces ella formó su movimiento (Unión Popular Lambayecana) y se asimiló al FA. Todos cerraron filas para apoyar a Arana. El triunfo estaba consumado con esos votos y así estuvimos confiados hasta un día después de las elecciones porque la diferencia nos favorecía. Marco era el ganador, pese a las irregularidades que favorecían a Mendoza”, recuerda Gallegos.

¿Irregularidades en favor de Mendoza? Sí. El ex personero de Tierra y Libertad cuenta que se impugnaron algunas mesas de Pimentel, por ejemplo, donde había ganado Mendoza, pero que increíblemente consignaba mesas ubicadas en direcciones inexistentes. Esos votos fueron observados. Además, no se había contabilizado los votos de Puno, y la maquinaria del Partido Socialista –aliado de Mendoza- impidió mediante argucias que campesinos de las alturas de Ayabaca, en Piura, y de Arequipa pudieran votar. Sin embargo y pese a todo, ante la contundencia de los votos en Pomalca, era sólo cuestión de horas para olear y sacramentar el triunfo aranista.

El audio “bamba”
La gente de Tierra y Libertad está preparando la celebración. Cruzan mensajes en Facebook, las llamadas de felicitación saturan el celular de Arana, cuando de pronto todas las cabezas electorales del FA son convocadas a una reunión extraordinaria. Las huestes de Sembrar dicen que tienen una denuncia gravísima. No pasa ni una hora y los dirigentes del FA están sentados a la espera de la denuncia.

“Nos dijeron que había un audio donde Giovanna conversaba con un ex trabajador de Pomalca apellidado Osorio, en el que ella admitía que algunos votos fueron obtenidos en la casa de los pobladores, que se llenó el acta con esa información. Es decir, que se pusieron votos a delivery y que esa información se vacío en actas. Yo llamé a Giovanna y me dijo que sí había hablado con ese trabajador y que efectivamente le había dicho que imprima cédulas de votación para que todos voten, que no sabía cómo hacía, pero que esa gente tenía que ir a votar”, recuerda.



Con esa información a priori, Arana decide aceptar la presión de Sembrar y pide al Comité Electoral que se anulen los votos de Pomalca. Sin ese respaldo, el triunfo era de Mendoza. Todos están decepcionados y consternados. Pero, aún así, Gallegos pide escuchar el audio de la conversación, pero los dirigentes de Sembrar sostienen que el periodista que lo tiene, cuyo nombre nunca fue revelado, no lo quiere “soltar”. Que sólo cuentan con una transcripción. Gallegos insiste con el audio, la negativa salta de nuevo.

Aún sin haber escuchado el audio, Arana, “aconsejado” por las voces del partido, decide dar un paso al costado para evitar que el tema salte a los medios y afecte la imagen del frente. Sin embargo, a las horas Gallegos recibe la llamada de Giovanna Constantini.

“Me dijo que había leído la transcripción y que se había editado todo, que nunca había admitido que se tomaron votos en las casas. Que se trataba de una burda manipulación. Mencionó que la transcripción condensaba tres conversaciones distintas. Una donde se hablaba de un ex funcionario de Pomalca, otra en la que pedía recoger firmas en las casas para evitar que la empresa Azucarera Pomalca se apropie de unos terrenos que ellos mismos habían hipotecado a empresas fantasmas con el fin que Oviedo se adueñe de los terrenos y los urbanice. El otro tema era que se impriman las cédulas, todo el material electoral para repartirlo. Eso era todo. Era un audio bamba, nos querían ganar con el miedo, nos querían extorsionar con una mentira”, recuerda Gallegos.

Agrega que le alcanzó esa información a Arana, le pidió luchar, pedir el audio original y someterlo a un peritaje. “Nos estaban robando la elección con un audio trucho (adulterado). Sin embargo, me dijo que aún así tuviéramos la razón, el escándalo terminaría afectando al Frente Amplio. Que se ratificaba en retirar los votos de todo Pomalca. Los de Sembrar nos sembraron y se aprovecharon de la inexperiencia política de Arana para apabullarlo con el tema de la imagen del partido. Le recordaron el escándalo del audio infeliz donde “Pepe” Julio Gutiérrez chantajeaba a la minera en Arequipa. Quienes estaban más felices eran Glave y Francke, estaban como locos porque Marco se retirara y reconociera el triunfo de Verónika. Fue una farsa”, rezonga Gallegos y frunce el ceño, recordando lo que califica como un fraude. Incluso se había amenazado con armar una conferencia de prensa donde se acusaría a Arana de corrupto.

“Marisa Glave nunca quiso que Arana fuera candidato presidencial. Al inicio ella empujaba la idea que el Frente Amplio tuviera una candidatura simbólica, testimonial, con Alberto Pizango, el líder tribal del “Baguazo”. Que no importaba tener una bancada chiquita, que había que salvar la inscripción. Luego apareció Verónika Mendoza, congresista, bonita, con una imagen qué vender y ya sabemos a quién apoyó”, sentencia.

Pero Gallegos va más allá y desnuda una realidad sobre la que muchos hablan, pero que ningún integrante del FA había admitido. Sostiene que con Mendoza llegó un “grupito de caviares” encabezados por Carlos Monge y Pedro Francke –integrantes de una fracción de Tierra y Libertad que quiere disolver el partido en el FA- que ahora quiere imponer su aparato y su burocracia, que el Frente Amplio tiene una cúpula que manipula gente con amigos y que se maneja como los talleres oenegeros. “Nos sientan en grupitos y aprueban lo que ellos han llevado masticadito. Pero los verdaderos dirigentes y miembros de Tierra y Libertad son los verdes, somos los ecologistas”, aclara.

Azúcar amargo
¿Pero quién pasó el “audio”? ¿Quién alcanzó la transcripción? Según Gallegos los “compañeros” de sembrar dijeron que el audio apareció en un sobre, bajo la puerta de la casa de un dirigente de su organización y que lo pasó un periodista de mucho renombre. Pero Giovanna Constantini tiene las cosas más claras. Al menos así se lo dijo a Gallegos.

“Me dijo que está segura que su teléfono fue chuponeado para poder, luego, editar la conversación. Que quien está detrás de ese chuponeo seguramente era Edwin Oviedo, quien nunca le perdonó que se le enfrentara. A Giovanna la han intentado coimear, la han asaltado tres veces, pero ella no se rindió. A Oviedo no le convenía que gane Arana y que Giovanna se lance como congresista. Simplemente se la sacaron de encima”, remata y acota que otra versión que corrió fue que el propio Servicio de Inteligencia estuvo detrás de todo.

Gallegos subraya que Verónika Mendoza sabía que se estaba tumbando la candidatura de Arana con un medio ilegal como un audio que no fue sometido a un peritaje. Además, recalca que así hubiera sido verdad lo del audio, lo único que debería haberse anulado era la mesa donde se suponía que se había recogido los votos puerta por puerta.

“Estamos hablando de la mesa de Saltur (distrito de Saña) donde sólo se consignaron 83 votos. Además, cabe anotar que los representantes de Sembrar (monitoreados por su dirigente nacional, Juan Carlos Giles) avalaron los resultados que daban por ganador a Arana en Lambayeque. Y es más, Sembrar puso personeros en casi todas las mesas. Solo en tres no tuvieron representantes. Entonces, ¿de qué estamos hablando? Aquí hubo una gran jugada, una presión descomunal contra Arana, quien, presa de su inocencia política, y en aras de no romper la unidad, claudicó a su derecho natural de ser el candidato del FA. Arana obtuvo más de 4 mil votos y Mendoza cerca de 500. Aun anulando lo de Saltur, Arana ganaba”, señala Gallegos.

Como conclusión, el aún militante de Tierra y Libertad (le han dicho que lo suspenderán por su postura crítica) advierte que Verónika Mendoza sabía que estaba ganando con un arma deleznable como un audio adulterado que no pasó por ningún peritaje y que apareció, para desgracia del ex sacerdote, por obra y gracia del espíritu santo.

Al respecto, precisa que en medio del proceso que el FA le abrió a Giovanna Constantini, ella pidió que el audio pase por un peritaje, que se cite al periodista anónimo que afirmaba tener el audio, y que se realice un careo con Juan Carlos Giles, Álvaro Campana y Marco Chu, hombres de Sembrar involucrados en el tinglado, pero al final no le hicieron caso y el proceso quedó en nada.

“Fue por miedo. Yo no pondría el Estado en las manos de un grupo de personas que valiéndose de un delito, como lo es un audio chuponeado y editado, llegan al poder”, dispara Gallegos, sabiendo que la respuesta que recibirá del cogollo de FA será, seguramente, de padre y señor mío.

Informe publicado en Manifiesto, agosto 2016