domingo, noviembre 13, 2016

Entre la línea del bien y del mal

Indira Huilca ha demostrado no tener mucha correa ni aguante político. La novel congresista electa por el Frente Amplio e hija del desaparecido líder sindicalista, Pedro Huilca, ha soltado toda su furia en las redes sociales contra un insignificante meme.

Se ha peleado con un poco de tinta y le ha salpicado una andanada de críticas que van desde los calificativos de ignorancia supina, hasta unos de más grueso calibre que desnudan una supuesta intolerancia crónica y un ego elefantiásico.

“Soy víctima de ataques patéticos de los fujitrolls al mejor estilo del fujimontesinismo” ha respondido la egresada de San Marcos, sindicando responsabilidades al meme de marras que, muy suelto de huesos, soltaba un rumor sin mucho asidero: que había cobrado por gastos de instalación en el Congreso y que le encantaban los iphones. Y si eran rosados, mejor.



Entonces el clima empeoró y se encendió una pequeña pradera. Su verbo altisonante provocó el aterrizaje de memes recargados que se regodeaban en sus lapsus recientes, y le recordaban que Lima no sería sede de los Juegos Olímpicos el 2019, que el Perú no era un país de violadores y que la matanza de Accomarca no fue responsabilidad de Alberto Fujimori, sino que ocurrió durante el gobierno aprista.

Tras recibir estos ganchos de derecha en las redes sociales, la joven congresista parece haber reculado y aprendido la lección que no puede emprender batallas que no va a ganar. Que debe entender que los memes, las caricaturas y la mofa en tinta china o ilustrator deben digerirse con una sonrisa por fuera aunque la procesión vaya por dentro. Más, si son anónimos.

Pero Huilca no es la primera en pelearse con una viñeta. Hace unos años el mismísimo presidente del Poder Judicial, Enrique Mendoza, resbaló mediáticamente y amenazó con denunciar al caricaturista de La República, Carlos Tovar “Carlín”, si no se rectificaba. ¿El pecado? Colocarlo en una viñeta con una estrella aprista en el pecho, aludiendo, claro está, a su supuesto vínculo con la Casa del Pueblo, rumor que por esos días corría, incluso, dentro de los feudos de jueces y fiscales.



Estas respuestas destempladas, eufóricas y hasta cierto punto, cándidas, de quienes ven zaherida su autoestima por una caricatura, sirven para recordar los orígenes de la crítica a mano alzada en el Perú, los mismos que se remontan a los intestinos de la gesta libertadora, cuando en 1820 José de San Martín apareció montando un asno, en evidente alusión a su, disque, poca inteligencia.

Más adelante, en plena República, el grabado fue el arma para tomarle el pulso a la realidad nacional, graficando, por ejemplo, las puyas entre el mestizo Ramón Castilla y el criollo José Rufino Echenique, en medio de revueltas y trifulcas liberales. Fue la época auroral de la sátira peruana, aunque su estilo remedaba viejas formas de la Europa de emperadores, zares y cortesanas. Otras publicaciones que sobresalieron en esos años fueron Adefesios y Aletazos del Murciélago (1866), de Manuel Atanasio Fuentes, que vapuleaba con descaro al mariscal Castilla.

Pero si hablamos de caricatura política con sello propio, el parto con sabor nacional se da de la mano del arequipeño Julio Málaga Grenet, quien en 1905 funda Monos y Monadas junto al inmortal Leonidas Yerovi. Tan potente fue esta publicación que reclutó a grandes dibujantes e intelectuales como Abraham Valdelomar.

Luego seguirán Lléveme usted (1911), fundada por Yerovi, y El Mosquito, de Florentino Alcorta. Para 1917, Málaga y Federico More sacan Don Lunes como una trinchera contra el segundo gobierno de José Pardo y su república aristocrática. De esa época también resalta Mundial de Jorge Vinatea Reinoso que combativamente se mofaba del dictador Augusto B. Leguía con una ironía de filigrana. Incluso José Carlos Mariátegui colaboró en esta revista con una sección intitulada, “Peruanicemos el Perú”.

En los cuarenta volvimos a mirar a ultramar y las publicaciones salían con un tufillo estadounidense y muy ligadas al cómic. En 1947, Carlos Roose, “Crose”, se inspira en José Luis Bustamante y Rivero para crear su personaje “Pachochín”, con quien ironiza sobre su exacerbado apego a la letra. Años más tarde sale Rochabús, de Guido Monteverde, que inspiró a caricaturistas contemporáneos como “Carlín”, quien define la caricatura como una herramienta ácida y deconstructora.



“La caricatura es el medio con el que expreso mi punto de vista y me siento completamente libre. La caricatura es un elemento de crítica, la caricatura no puede apoyar a ninguna ideología porque no construye. La caricatura destruye, pero esa destrucción es necesaria. Es vital la oposición al poder, es así como funciona”, suelta Carlín, marxista confeso y por ende un gran caricaturista pues esperamos que el marxismo nunca alcance el poder.

LA NUEVA OLA
El recambio en la política peruana de los fabulosos e iconoclastas años cincuenta, tiene como secuela el nacimiento de medios nada cacasenos como La Olla (1966), que zarandeaba al aprismo y al belaundismo. Además, retorna el cáustico Monos y Monadas, esta vez de la mano de Nicolás Yerovi, que en los setenta y en plenas fauces del gobierno militar de Morales Bermúdez, se convierte en ícono del humorismo y se vuelve un bálsamo donde los civiles sentían que alzaban la voz, aunque sea un poquito.

Allí se consagran grandes caricaturistas como Juan Acevedo, creador de “El Cuy”. Otros artistas, unos con más y otros con menos talento, que han paseado sus trazos y verborrea gráfica han sido Alfredo Marcos, Eduardo Rodríguez, Julio Polar, Javier Prado, Miguel Ángel y Alonso Núñez. Sin embargo, aún teniendo todo este glorioso pasado, la caricatura nacional sólo tiene ahora un hijo pródigo en “El Otorongo”, donde destacan Jesús Cossío, Luis Rossell, Álvaro Portales o el veterano Heduardo. En el campo digital podría citarse a los chicos de El Panfleto, pero ahí paramos de contar.

Pero si alguien merece una referencia especial en la historia de la caricatura política nacional, ese es Luis Felipe Angell de Lama, “Sofocleto”, el gran maestro de la ironía, periodista, escritor y humorista gráfico que inmortalizó el irreverente “Don Sofo” en los setenta y ochenta, y que paseó su talento por los más importantes diarios del Perú. Habría que recomendarle a la congresista Huilca que no se haga muchas “paltas” con el humor gráfico y que, como decía “Don Sofo”, crea más en la filosofía universal del gato.

Nota publicada en Manifiesto, setiembre 2016

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