domingo, noviembre 13, 2016

El alma de Tacna

Santiago Velásquez tenía ocho años pero el día anterior se había portado como un hombre. Ante tres ganapanes chilenos, había sido claro en la víspera: En su casa no flamearía la bandera indigna. Ningún Velásquez daría vivas al invasor y él no iría al liceo para nutrirse de Diego Portales, el patricio chileno que había sentenciado que el futuro de Chile pasaba por tomar el sur del Perú.

Por eso vino la golpiza impune y la intentona de violación a su hermana, Olga Velásquez, hasta que un palazo removió la morra del sátrapa José Llangato. El mapuche devolvió el golpe con insania y la agarró a punta pie limpio contra los hermanos. Luego, con sus cómplices, saqueó la casa y estaba a punto de quemarla, cuando llegó la madre de los críos con más gente. Tuvieron que huir como hienas.

El episodio es narrado con cierta prolijidad en la edición del 13 de marzo de 1926 de La Voz del Sur. Era una raya más al tigre, pero una raya que entonces debía conocerse más que nunca, pues la reincorporación de Tacna estaba a la vuelta de la esquina.



Se trataba de un ataque más de “Los mazorqueros”, pandilla paramilitar que hace décadas sembraba el terror y paría viudas en Tacna. Con el auspicio y la logística de la soldadesca invasora, golpeaban, robaban y asesinaban a los peruanos chúcaros que se negaban a reconocer a Chile como la nueva patria.

Eduardo Yepes, historiador tacneño de pura cepa, cuenta que si bien por un lado los chilenos desenvainaban la espada para intentar chilenizarlos, por otro lado blandían su sonrisa hipócrita y manipuladora desde la esquina académica.

Ni por la razón ni por la fuerza
Por más que trajeron catedráticos desde Santiago para impresionar a los púberes tacneños de la primera generación nacida en cautiverio, el patriotismo se mantuvo a flor de piel. Los nuevos tacneños no se dejaron seducir y se instruyeron en escuelas clandestinas que abría la Sociedad Católica de Instrucción y Auxilios Mutuos.

Si bien el Tratado de Paz de Ancón de 1883 estipulaba que en diez años debía darse un plebiscito para que las poblaciones de Tacna y Arica decidan por Perú o Chile, en 1894 el invasor pateó el tablero y de ahí en adelante, como una forma de resistencia cultural, los tacneños afianzaron su peruanidad y produjeron el mejor teatro y poesía de su historia.



Como parte de la resistencia tacneña, en la gloriosa Sociedad de Artesanos y Auxilios Mutuos El Porvenir, en 1886 se escuchó por vez primera el himno de Tacna. La composición fue de Modesto Molina y tenía la misma música del himno nacional. Se cantó hasta 1911, año en que se intensifica la violencia hacia los peruanos y se destruyen las imprentas de los combativos diarios La Voz del Sur y Tacora.

Una década después, en 1925, la comisión estadounidense que debía evaluar la factibilidad del plebiscito, resuelve que no había garantías para un proceso neutral con “Los mazorqueros” golpeando cabezas, derramando sangre y matando peruanos.

Después de una serie de negociaciones directas entre los entonces presidentes de Perú y Chile, el inefable Augusto B. Leguía y Carlos Ibáñez, los chilenos sueltan el anzuelo y el dictador muerde con genuflexión y alegría: se partirían los territorios.

Se decidió que Tacna regrese al Perú y Arica siga bajo el infame yugo chileno. Esto se concretó el 28 de agosto de 1929 en una ceremonia con más de 20 mil almas en la plaza de armas de Tacna, y que concluyó con el izamiento de la bandera y la entonación del himno por soldaditos peruanos, universitarios, campesinos, mujeres corajudas y ciudadanos con el corazón partido: se recuperaba la ciudad pero se perdía el puerto para siempre.

El mundo da vueltas
A 86 años del regreso de Tacna al Perú, la situación de las ciudades hermanas es dispar. Tacna ha crecido y diversificado su oferta productiva y comercial. Por otro lado, Arica sigue pareciendo un pueblo grande. Olvidada por el gobierno de La Moneda, sus habitantes sufren un proceso de peruanización… sin querer queriendo.

Sin fusiles y sin bayonetas, parece que nos estuviéramos cobrando la revancha. Los principales restaurantes sirven lomos saltados y cebiches. En sus casas se lavan los dientes con pasta dentífrica peruana, sonríen y ven gracias al asequible talento de los odontólogos y médicos tacneños. Visten polos traídos de Gamarra y pasan un tercio de su vida en suelo patrio. Quizás sea el momento de hacer un plebiscito y preguntarle a los ariqueños si les gustaría volver al Perú. No creo que digan no.

Crónica publicada en El Peruano, agosto 2016

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