miércoles, mayo 06, 2020

El templo del olvido

Una fantástica iglesia del siglo XVII se resiste a caer. Los fieles restauraron su techo y le pusieron candado para evitar que manos impías rapten sus santitos y desmantelen los altares de pan de oro a punta de pata de cabra. Este invaluable tesoro queda en Bambamarca, La Libertad, a 3500 metros sobre el nivel del mar y la indiferencia.


Don Roberto Garro aún recuerda la última vez que hubo misa en la iglesia. Era de madrugada, pero como esa tarde había fiesta todo comenzó en penumbra, al ritmo que imponían los cantos de ranas y mucho antes que se despabilaran los gallos. Por eso las cadenetas chuecas pegadas con engrudo en los tarugos de madera. Por eso las flores para camuflar ese bálsamo de pátina que invadía el pueblo cuando abrían las puertas del templo. Su padre fue comisionado para dejar el atrio como Dios manda y evitar los ajos y cebollas que el curita de Huamachuco soltaba cuando llegaba a bautizar guaguas o casar parejas amancebadas, y los pescaba con la iglesia de cabeza.

Pero todo eso pasó un día que su memoria es incapaz de marcar en el calendario. Pudo ser durante el mundial de España 82, en las fiestas marianas luego que Juan Velasco
traicionara a Fernando Belaúnde, tras las terribles tercianas que arrasaron con las vacas lecheras o unas semanitas antes que Karol Wojtyla se confesara charapa. Don Roberto, no sabe, no precisa. Pero lo que sí recuerda es la indiferencia sistemática del gobierno por restaurar la iglesia que tantos favores le hizo a la grey de Bambamarca, el encantador poblado de piedra donde Santo Toribio de Mogrovejo pasó el sombrero recolectando oro para solventar su extirpación de idolatrías.


Pero, lo que no dice Roberto, lo cuenta con lujo de detalles el buen Telmo, su hijo y representante de la tercera generación de Garros dedicados al apostolado en el templo construido en 1672 y que tiene como patrono a San Martín de Tours, el oficial romano que luego de compartir su capa con Jesús se perdió en los misterios de la santidad.

Con ese misticismo también coquetea la familia Garro. Todos los domingos se encargan de la liturgia, pero también de barrer el salón, ponerle flores a las vírgenes de marfilina, acomodarle los cabellos a los santos de arcilla y limpiarle los rostros de madera a esos ángeles escuálidos que alguna vez lucieron imponentes, pero que hoy solo amenazan con venirse abajo.


Sin embargo, los altares apolillados no pueden opacar la belleza de este templo con figuras de yeso y frescos coloniales sobre tabiques de quincha. Retablos andinos que
guarecen a mártires y apóstoles hispanos y que desnudan la riqueza de un sincretismo religioso en estado virginal. Estas piezas no han sido contactadas. Conservan la
belleza nativa del arte barroco, churrigueresco y gótico que curas de otros tiempos pusieron en Bambamarca porque era la puerta de entrada a la selva, a esa jungla de donde casi siempre sus evangelizadores regresaban flechados y no precisamente de amor.



Jhiordin, Sulmy, Arístides y Sheyla juegan en la plaza de armas mientras el cielo, mitad serrano mitad amazónico, se enciende y amaga con desatar el apocalipsis en este
poblado que el 2003 fue catalogado como el segundo distrito más pobre del Perú. El 2013 repitió el plato y apareció en el desafortunado top ten, pero de eso nada saben los pequeños.

Juegan a la pelota, pero mi cámara fotográfica les jala el ojo. Me miran de costado, pero basta que les pregunte si quieren tomar fotos para que su recelo baje la guardia. Mientras Sulmy juega con el zoom, Jhiordin me cuenta que aquí viven de la chacra. Que siempre sobra mashua, quinua, trigo, cebada, olluco, rocoto, papa y lenteja. Arístides, sorprendido al saber que tiene el nombre de un intelectual griego de otros tiempos, me cuenta en tono confidencial que comen gallina, cuyes, conejos y pollos, pero cuando hay santo sirven chanchito o carne de res.


Con tanta abundancia cuesta creer que la pobreza extrema haya echado raíces en este pueblo citado en dos obras de Ciro Alegría y donde la gente parece saludable y es hablantina por naturaleza. Sin embargo, basta caminar por el casco urbano para intuir la razón “citadina” del singular ranking. La mayoría de casas son hermosas construcciones de piedra laja y techo de paja, materiales que algún censador sin criterio confundió con simples rocas.

Entonces, para el resto del país, los bambamarquinos fueron etiquetados como meros hombres de las cavernas. A Telmo Garro de la Cruz, profesor de los 141 alumnos matriculados este año en el colegio Túpac Amaru, la estadística de la pobreza le saca roncha. Historiador, músico y escritor, Garro es un erudito que frunce el ceño al descubrir la razón por la que su pueblo es conocido en todo el país.


Él hubiera querido que supieran de Bambamarca por la iglesia colonial donde Santo Toribio perdonó pecados a punta de dádivas Por su fantástica plaza y damero de piedra
laja, por la historia de Chuquimanko y sus victorias sobre Huaraco, la fiera que comía niños o sobre el brujo que sometía a las mujeres bonitas y ajenas. Pero no. Nada de eso se sabe y por eso escarba en su memoria y cuenta que Pablo Macera mandó hace años una comisión de historiadores y antropólogos que se fue diciendo que ya volvía. Que ahorita no más regresaban para hacer un documental y restaurar la dignidad del pueblo. Que un comercial y volvían. Hasta ahora los siguen esperando.



Don Roberto avanza despacito entre cabras que campanillean, gallinas cariocas y niños que le abren paso y lo miran con curiosidad. Se sienta en el atrio de la iglesia y nos pide que hagamos algo por el pueblo porque él ya se está cansando. Que ochentipico años pesan, que espera que pronto arreglen la iglesia para poder morir en paz.

Cae la noche, el frío se cuela por las piernas y la gente cierra sus puertas. Los cantos de ranas invaden el pueblo como cuando abren las puertas del templo y ese
aroma a omisión se escurre hasta la cancha de fútbol que alguna vez fue laguna. Esto es Bambamarca y su gente mantiene la fe intacta. Siguen guardando sus mejores trajes para el día que sus santos y vírgenes recuperen la lozanía y salgan nuevamente en procesión desde esa iglesia que los Garro protegen de las aves de rapiña y de la indolencia nacional.



Los datos:
-A Bambamarca se llega en mula por una ruta fantástica de 5 horas que empieza en Pila, último punto de la carretera que los conecta con Bolívar (La Libertad).
-El 2012 un grupo de alumnos de la Universidad Nacional de Trujillo inventarió los recursos turísticos de Bambamarca.
-La fiesta principal de Bambamarca es el 11 de noviembre, día de su patrono San Martín.

(Crónica publicada en el diario oficial El Peruano, el 11 de noviembre de 2017)