El arbolito de Néctar tuvo que ser tocado por esa comparsa de pitucos misios llamada Joselito y su banda para que las chinas tudelas lo bailaran sin roche, sin pica pica, sin paltas por mover las caderas igual que la natacha de casa. Igualito nomás que esos cientos de cuerpos cetrinos y sudorosos que en La Balanza -chichódromo insignia de la carretera central- dejan el alma en cada estrofa desgarrada mientras destapan una chelita al polo.
Corría diciembre del 2000 y las radios de la amplitud modulada perdían los papeles y se llenaban las alforjas con el fenómeno musical de Jhony Orozco, ese cholo de acero inoxidable que algunos meses antes tuvo las agallas y la dignidad para decirle no al mismísimo Esparza Zañartu de Fujimori.
Por eso, no obstante ser el grupo más popular de entonces, Néctar no pisó las diabéticas tarimas donde retozaron sin sangre en la cara Raúl Romero, Rossy War o el desaparecido grupo Euforia. A diferencia de ese trío de escorias musicales que mantenían cierto arraigo en el pueblo, la comparsa de Orozco prefirió coger sus chivas e irse para la sierra, perderse entre pueblitos y capitales donde jamás les pedirían cambiar la letra para chancar a García o Toledo. Prefirieron el exilio andino, antes que hacer zapatear al tirano.
Ese es, a mi modesto entender, la enseñanza más grande que nos deja el grupo de Orozco. Más allá de un hit que logró mover a las tías happy our del Regatas o el Pacífico Sur (a ver si después de eso decían “música de cholos”), más allá de la calidad musical que en su género seguramente tuvo (los entendidos dicen que eran virtuosos), Néctar deja el sabor de la decencia musical, de la perseverancia sin maleteo, de la lucha sin malas mañas, del arte sin ensartes.
Por eso duele su partida y más aún por la forma trágica en que se dio. No me sumo al homenaje descompasado y arribista. Lo hago como catarsis, como un mero recordatorio de que se puede llegar a ser grande, exitoso, lo mejor, sin necesidad de la puñalada, del lobby con el demonio y el desprendimiento del honor. Y es que vivir sin él da asco, tanto como el que dan esos periodistas que agachan la cabeza por la quincena al día. Así no juega Perú.
El Dato:
Néctar, cuyos integrantes fallecieron el domingo 13 en Buenos Aires, se formó el 24 de junio de 1995 con la misión de rescatar la corriente costeña de la música chicha. Su director y vocalista, Jhonny Orozco, supo imponer la mística del grupo durante los años que duró la fiebre de la tecnocumbia. En el accidente también murieron Juan Marchand ‘Calín’ (batería electrónica), Daniel Cahuana (primera guitarra), Ricardo Hinostroza ‘Papita’ (tumba), Pascual Rayme (piano), Miguel Porras ‘Chimbotano’ (timbales) y el animador Pedro Saavedra. Otros dos peruanos que radican en Buenos Aires y que allá se unieron al grupo también murieron. Ambos habían reemplazado a Julio Gómez (bongo) y Julio Caycho (segunda voz). En la lista de fallecidos se encuentran también la empresaria Myriam Onillo, su socio Juan Murillo y su hermana Lidia.
Corría diciembre del 2000 y las radios de la amplitud modulada perdían los papeles y se llenaban las alforjas con el fenómeno musical de Jhony Orozco, ese cholo de acero inoxidable que algunos meses antes tuvo las agallas y la dignidad para decirle no al mismísimo Esparza Zañartu de Fujimori.
Por eso, no obstante ser el grupo más popular de entonces, Néctar no pisó las diabéticas tarimas donde retozaron sin sangre en la cara Raúl Romero, Rossy War o el desaparecido grupo Euforia. A diferencia de ese trío de escorias musicales que mantenían cierto arraigo en el pueblo, la comparsa de Orozco prefirió coger sus chivas e irse para la sierra, perderse entre pueblitos y capitales donde jamás les pedirían cambiar la letra para chancar a García o Toledo. Prefirieron el exilio andino, antes que hacer zapatear al tirano.
Ese es, a mi modesto entender, la enseñanza más grande que nos deja el grupo de Orozco. Más allá de un hit que logró mover a las tías happy our del Regatas o el Pacífico Sur (a ver si después de eso decían “música de cholos”), más allá de la calidad musical que en su género seguramente tuvo (los entendidos dicen que eran virtuosos), Néctar deja el sabor de la decencia musical, de la perseverancia sin maleteo, de la lucha sin malas mañas, del arte sin ensartes.
Por eso duele su partida y más aún por la forma trágica en que se dio. No me sumo al homenaje descompasado y arribista. Lo hago como catarsis, como un mero recordatorio de que se puede llegar a ser grande, exitoso, lo mejor, sin necesidad de la puñalada, del lobby con el demonio y el desprendimiento del honor. Y es que vivir sin él da asco, tanto como el que dan esos periodistas que agachan la cabeza por la quincena al día. Así no juega Perú.
El Dato:
Néctar, cuyos integrantes fallecieron el domingo 13 en Buenos Aires, se formó el 24 de junio de 1995 con la misión de rescatar la corriente costeña de la música chicha. Su director y vocalista, Jhonny Orozco, supo imponer la mística del grupo durante los años que duró la fiebre de la tecnocumbia. En el accidente también murieron Juan Marchand ‘Calín’ (batería electrónica), Daniel Cahuana (primera guitarra), Ricardo Hinostroza ‘Papita’ (tumba), Pascual Rayme (piano), Miguel Porras ‘Chimbotano’ (timbales) y el animador Pedro Saavedra. Otros dos peruanos que radican en Buenos Aires y que allá se unieron al grupo también murieron. Ambos habían reemplazado a Julio Gómez (bongo) y Julio Caycho (segunda voz). En la lista de fallecidos se encuentran también la empresaria Myriam Onillo, su socio Juan Murillo y su hermana Lidia.
miamigo ghony orosco a myerto el era mi mejor artista del grupo me gustaba la musica el arbolito jhony orosco te extrañare de tu amigo carlos campos
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