Ahí está. Dentro de esa oficinita de tres por cuatro, mal alfombrada, climatizada para parecer ficha, con un amplio escritorio puesto ahí, en el centro, para que el don se sienta señor, para que cumpla con cabalidad y señorío sus menesteres de fedatario periodístico y chicheñó rentado al humalismo.
Ahora no alza la voz ni contradice a su patrón (sí, a uno de esa estirpe a la que antes enfrentaba en las calles y a la que abofeteaba groseramente en sus columnas). Con los años el coraje se le fue adelgazando y cuando le dijeron para ser director de La Primera, su honor era un estropajo anoréxico y su orgullo era la última presa del alzheimer. Entonces fue fácil. Dijo que sí a todo, siempre que lo dejaran desparramar en su columna sus desventuras y miasmas ideológicas.
Que no lo incomodaba que le dictaran las portadas, que no lo sonrojaba que su redacción estuviera infectada de los Wolfenson boys, que no le marcaba pica que sea el mismísimo Martín Belaunde quien armara las noticias, que no le importaba nada más que salir del ostracismo, de esa caverna silente en la que se hallaba hace algunos años. Que le valía madre todo si eso significaba que lo dejaran escribir sus desvaríos sindicales. Que le importaba un rábano alquilar su nombre para el pasquín de Ollanta Humala si la quincena llegaba gorda y sin demora, igualito nomás que un pollo a la brasa pedido al Rockys por delivery.
Lévano, César Lévano se llama la última víctima de la quincena al día, el más reciente hallazgo de un cadáver que no se da cuenta que ha muerto. Así se llama la más reciente prueba de que el periodismo puede ser el más vil de los oficios. Se trata del ejemplo imperfecto que todo tiene un precio, que el hombre de prensa es una presa bárbara, como un hot dog dispuesto en una pulpería.
Así es él. Se tapa los ojos sin que sus orejas se le pongan rojas por el estupor de las páginas que vomita el diario que "dirige". Naca la pirinaca, como dicen las tías mofletudas del Sutep cuando les dicen que deben dar examen para ver si pueden dar clases.
Esta imagen de Lévano no es ni la sombra del profesor que conocí en San Marcos. Esta versión humalista dista mucho del pequeño hombre que descubrí en mi primer año en la universidad. El de esa época hablaba con orgullo de su estirpe dirigencial, vociferaba con su voz de flauta sobre la necesidad de morir con la frente en alto y los bolsillos vacíos si eso nos libraba de la afrenta.
Por eso, al Lévano de La Primera dede haberle pasado la factura una osteoporosis brutal o su dignidad debe andar chapoteando debajo de esa catarata impune llamada olvido o "a mi que chu". Pone su foto con esa sonrisa de jubilado en la cola del Multired, y escribe sin pudor en su columa sobre la necesidad de apoyar a los maestros que no quieren ser evaludos, porque si no "los alumnos y los padres de familia saldrán a las calles a apoyarlos y el país se irá al abismo".
¡Diantres! Lévano se ha caricaturizado solo en ese pasquín que ahora es medio de propaganda del comandante díscolo. ¿En dónde quedó su orgullo? ¿a dónde fue a estirar la pata su decencia? ¿En qué pantano trastabillea, con la cabeza gacha, el honor que perdió cuando hundió el índice en el contrato nacionalista?
Que se vaya a la mierda el periodismo de tu generación, César Lévano. Que se vaya a la mierda porque eres el segundo tránsfuga de ese pelotón que a algunos nos animó a estudiar periodismo. Porque una cosa es trabajar para Humala para saciar el hambre, pero otra cosa es ser sinvergüenza y disfrutar, como tu disfrutas, con esas barbaridades prosenderistas que escribes. Tú, como tu jefe Humala, quisieran que el país se descalabrara para poder decir "tenía la razón"
Con todo respeto señor Lévano, flamante asalariado de Ollanta y Nadine,... ¡Váyase usted a la mierda!