“Eres una chola fea y arrastrada. Me voy a casar con una mujer blanca y de buen cuerpo”. “Perra, tus días están contados, vas a morir y me voy a quedar con tus hijos”.
Karina terminó de leer los mensajes en su celular, pero lejos de asustarse, pensó que sólo era otra muestra más de cobardía, quizá el último manotazo de Héctor, el policía tierno con el que se casó hace tres años y que ese día la mataría a sangre fría.
Era espigada, inteligente, de rostro dispar (parecía que le hubiesen partido la cabeza en dos, como una manzana, y luego hubieran juntado otra vez las partes pero un poco descentradas), pero unas caderas ampulosas y un busto elefantiásico compensaban la tara facial.
Sin embargo, era poco lo que quedaba de esa policía de tránsito que más de un oficial había querido tener en su cama. Ahora era apenas una marioneta flácida que embadurnaba torpemente su rostro para camuflar hematomas y arañones.
Durante los últimos meses, su rutina pasaba por soportar sin llanto (las lágrimas atraían una dosis extra de puntapiés) los puñetazos que Héctor le propinaba sin cuajo ni remordimiento cada vez que llegaba borracho, con la camisa salpicada de colorete de puta o del rimel que los cabros panzones que se levantaba en Atocongo le tatuaban a drede.
-Eres una basura. No sirves para nada. Mírate. Tu cuerpo es una mierda, todo lo tienes caído, te vistes como una pordiosera. ¿Donde está la mujer con la que me casé?- vociferaba.
Pero la humillación no quedaba ahí. Él veía en cada sonrisa de su mujer una invitación soterrada al adulterio. -¡Si te buscas otro hombre te mato!-, la amenazaba donde fuera.
Creía tener la certeza de que flirteaba con cualquiera y en esa trocha adúltera que había construido en su morra, Karina no tenía reparos en mostrar el escote a sus colegas, en dejar abiertas las piernas para el deleite vecinal y hasta sospechaba de que coqueteaba con sus propios hermanos.
A eso obedecía la prohibición de ir a reuniones. Su vida debía ceñirse a llegar del trabajo para cocinar y criar a sus hijos Joaquín y Nuria (el nombre de la niña se lo puso en honor a la mujer que hace cinco años era su amante).
…….
Esa falda. Si fuera una chica de su casa no se habría puesto ese trapo que con cada bache deja ver sus nalgas gordas y blanquiñosas. ¡No, no, no! Que tal culo, redondo, paradito. Debo llegar a su lado como sea. Hacerme el que le pregunta algo al cobrador para quedarme ahí nomás, quedito a su lado. Entonces, entonces le diré que yo trabajé en el supermercado del que acaba de salir. Esa será mi coartada.
Despacio. Controla tus pasos, mide tu saliva, no vaya a creer esa charapa medio putona que eres un arrecho y entonces, entonces no te dirá ni mierda, pedirá ayuda a cualquier serrano acomedido y te botarán como las otras veces. Como aquella vez que le pegaste al tombo que te gritó enfermo. No, esta vez tienes que ser audaz. Aún hay tiempo, ella acaba de subir y tú estas soberbio.
Vistes el jean que resalta el morro cuando estás carretón. Ese que tú sabes que a las hembras les encanta. ¿Te miran de reojo no? Tú lo has comprobado. Hasta en Miraflores las gringas te miran, te sientes observado y entonces no puedes más y corres al baño de una pollería y te la corres, te jalas la tripa pensando en esa carne blanca, te la corres pensando en esos escotes sin olor a sobaco. Te la corres con aroma a papita frita. Por eso, si hoy quieres que las cosas sean diferentes, deberás domesticar a la bestia que llevas dentro.
-Hola, ¿siguen con el cuento de que te regalarán la camioneta?- sueltas el anzuelo mirándola de frente, aunque tú quisieras que nadie apartara tus retinas de esas tetas grandes y cobrizas que parecen rebalsar la costura de ese escote de putita de la Manco Capac.
-Sí, siguen con lo mismo-, responde y entonces añades -Son incorregibles, yo fui administrador en una de las tiendas pero me salí, no aguantaba… pero disculpa, no me he presentado, me llamo Jorge-.
Y justo cuando crees que no volteará. ¡Puta madre! que seguro el no haberte echado la usual dosis de Old Spice tiene algo que ver con el desplante, ella voltea y roza suavemente un pezón contra tu brazo con piel de gallina. –Hola, que tal, no te disculpes. ¿Así que trabajaste allí?-. Ella cae redondita y tú, tú comienzas a mojarte.
……
-Fue fácil. Bastó con que le dijera una sarta de cojudeces románticas, que le abriera la puerta del carro, que le mandara rosas por teléfono, que la llevara a comer pollo los fines de semana y que tiráramos en un hotel de Miraflores para que se tragara el cuento que la quería. La vaina empezó por una apuesta. Me dijeron que no podría levantármela porque había hartos oficiales detrás de ella. Bueno pues, seré técnico pero tengo mi pepa- masculló en el interrogatorio mientras el capitán apagaba un pucho y encendía la grabadora.
Así fue que comenzó el final de Karina, una farsa que engendraba otra mentira. La verdad era que Héctor convivía hace años con una charapa que trajo de su destaque en Maynas. Con Karina llevaba un año saliendo cuando quedó en cinta. Y si bien al inicio pensó en casarse, después de escuchar las versiones sobre la promiscuidad de su prometido decidió negarse al matrimonio.
Karina terminó de leer los mensajes en su celular, pero lejos de asustarse, pensó que sólo era otra muestra más de cobardía, quizá el último manotazo de Héctor, el policía tierno con el que se casó hace tres años y que ese día la mataría a sangre fría.
Era espigada, inteligente, de rostro dispar (parecía que le hubiesen partido la cabeza en dos, como una manzana, y luego hubieran juntado otra vez las partes pero un poco descentradas), pero unas caderas ampulosas y un busto elefantiásico compensaban la tara facial.
Sin embargo, era poco lo que quedaba de esa policía de tránsito que más de un oficial había querido tener en su cama. Ahora era apenas una marioneta flácida que embadurnaba torpemente su rostro para camuflar hematomas y arañones.
Durante los últimos meses, su rutina pasaba por soportar sin llanto (las lágrimas atraían una dosis extra de puntapiés) los puñetazos que Héctor le propinaba sin cuajo ni remordimiento cada vez que llegaba borracho, con la camisa salpicada de colorete de puta o del rimel que los cabros panzones que se levantaba en Atocongo le tatuaban a drede.
-Eres una basura. No sirves para nada. Mírate. Tu cuerpo es una mierda, todo lo tienes caído, te vistes como una pordiosera. ¿Donde está la mujer con la que me casé?- vociferaba.
Pero la humillación no quedaba ahí. Él veía en cada sonrisa de su mujer una invitación soterrada al adulterio. -¡Si te buscas otro hombre te mato!-, la amenazaba donde fuera.
Creía tener la certeza de que flirteaba con cualquiera y en esa trocha adúltera que había construido en su morra, Karina no tenía reparos en mostrar el escote a sus colegas, en dejar abiertas las piernas para el deleite vecinal y hasta sospechaba de que coqueteaba con sus propios hermanos.
A eso obedecía la prohibición de ir a reuniones. Su vida debía ceñirse a llegar del trabajo para cocinar y criar a sus hijos Joaquín y Nuria (el nombre de la niña se lo puso en honor a la mujer que hace cinco años era su amante).
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Esa falda. Si fuera una chica de su casa no se habría puesto ese trapo que con cada bache deja ver sus nalgas gordas y blanquiñosas. ¡No, no, no! Que tal culo, redondo, paradito. Debo llegar a su lado como sea. Hacerme el que le pregunta algo al cobrador para quedarme ahí nomás, quedito a su lado. Entonces, entonces le diré que yo trabajé en el supermercado del que acaba de salir. Esa será mi coartada.
Despacio. Controla tus pasos, mide tu saliva, no vaya a creer esa charapa medio putona que eres un arrecho y entonces, entonces no te dirá ni mierda, pedirá ayuda a cualquier serrano acomedido y te botarán como las otras veces. Como aquella vez que le pegaste al tombo que te gritó enfermo. No, esta vez tienes que ser audaz. Aún hay tiempo, ella acaba de subir y tú estas soberbio.
Vistes el jean que resalta el morro cuando estás carretón. Ese que tú sabes que a las hembras les encanta. ¿Te miran de reojo no? Tú lo has comprobado. Hasta en Miraflores las gringas te miran, te sientes observado y entonces no puedes más y corres al baño de una pollería y te la corres, te jalas la tripa pensando en esa carne blanca, te la corres pensando en esos escotes sin olor a sobaco. Te la corres con aroma a papita frita. Por eso, si hoy quieres que las cosas sean diferentes, deberás domesticar a la bestia que llevas dentro.
-Hola, ¿siguen con el cuento de que te regalarán la camioneta?- sueltas el anzuelo mirándola de frente, aunque tú quisieras que nadie apartara tus retinas de esas tetas grandes y cobrizas que parecen rebalsar la costura de ese escote de putita de la Manco Capac.
-Sí, siguen con lo mismo-, responde y entonces añades -Son incorregibles, yo fui administrador en una de las tiendas pero me salí, no aguantaba… pero disculpa, no me he presentado, me llamo Jorge-.
Y justo cuando crees que no volteará. ¡Puta madre! que seguro el no haberte echado la usual dosis de Old Spice tiene algo que ver con el desplante, ella voltea y roza suavemente un pezón contra tu brazo con piel de gallina. –Hola, que tal, no te disculpes. ¿Así que trabajaste allí?-. Ella cae redondita y tú, tú comienzas a mojarte.
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-Fue fácil. Bastó con que le dijera una sarta de cojudeces románticas, que le abriera la puerta del carro, que le mandara rosas por teléfono, que la llevara a comer pollo los fines de semana y que tiráramos en un hotel de Miraflores para que se tragara el cuento que la quería. La vaina empezó por una apuesta. Me dijeron que no podría levantármela porque había hartos oficiales detrás de ella. Bueno pues, seré técnico pero tengo mi pepa- masculló en el interrogatorio mientras el capitán apagaba un pucho y encendía la grabadora.
Así fue que comenzó el final de Karina, una farsa que engendraba otra mentira. La verdad era que Héctor convivía hace años con una charapa que trajo de su destaque en Maynas. Con Karina llevaba un año saliendo cuando quedó en cinta. Y si bien al inicio pensó en casarse, después de escuchar las versiones sobre la promiscuidad de su prometido decidió negarse al matrimonio.
No había dado crédito a los comentarios sobre los amoríos de su pareja con dos chicas de la Fénix o con la zamba del comedor, pero la cosa cambió cuando su mejor amiga le confesó que Héctor se le había insinuado.
Entonces, tras las constantes negativas, el asesino calculó que la única forma de casarse y con ello evitar la burla si Karina decidía dejarlo, era embarazándola. El reglamento de la PNP era claro. Boda o calle.
Luego de Joaquín, no pasó ni medio año para que volviera a embarazarla. Y con el alumbramiento de Nuria, también llegaron los celos enfermizos, las huascas endemoniadas y las golpizas impunes.
-No respetaba a nadie. En una fiesta donde estaban sus suegros y su esposa, me hizo proposiciones no obstante saber que era prima de Karina-, recordó en la delegación una adolescente de apenas 16 años.
Esa confesión fue detonante para su partida. Lo que los puntapiés no lograron, lo hizo el miedo de que su familia supiera que convivía con un enfermo sexual y el riesgo de que con los años intentara abusar de la pequeña Nuria.
Por eso llegaron los mensajes al celular. –Seguro llegó a casa y ha visto que no están los chicos- pensó, mientras manejaba la Harley. Eran las cinco cuando el celular sonó de nuevo.
Paró la moto. Era él. –¿Que querrá? Mejor no contesto. No, mejor sí, mis hijos están con mis padres, ya no puede chantajearme- pensó, contestó y aceptó la cita.
…….
Entonces, tras las constantes negativas, el asesino calculó que la única forma de casarse y con ello evitar la burla si Karina decidía dejarlo, era embarazándola. El reglamento de la PNP era claro. Boda o calle.
Luego de Joaquín, no pasó ni medio año para que volviera a embarazarla. Y con el alumbramiento de Nuria, también llegaron los celos enfermizos, las huascas endemoniadas y las golpizas impunes.
-No respetaba a nadie. En una fiesta donde estaban sus suegros y su esposa, me hizo proposiciones no obstante saber que era prima de Karina-, recordó en la delegación una adolescente de apenas 16 años.
Esa confesión fue detonante para su partida. Lo que los puntapiés no lograron, lo hizo el miedo de que su familia supiera que convivía con un enfermo sexual y el riesgo de que con los años intentara abusar de la pequeña Nuria.
Por eso llegaron los mensajes al celular. –Seguro llegó a casa y ha visto que no están los chicos- pensó, mientras manejaba la Harley. Eran las cinco cuando el celular sonó de nuevo.
Paró la moto. Era él. –¿Que querrá? Mejor no contesto. No, mejor sí, mis hijos están con mis padres, ya no puede chantajearme- pensó, contestó y aceptó la cita.
…….
-¿A dónde invitarla con 30 soles? Firmes, con 10 porque 20 son para el telo- carburas, mientras ella te dice que siempre va a ese supermercado porque una amiga que es cajera le da cupones por lo bajo.
Te importa un carajo. Sonríes y asientes con la cara más servil que puedes, pero la verdad es que no dejas de pensar cómo mierda harás para invitarla a tomar algo y convencerla de encamarse contigo.
Entonces sueltas tus chistes bobos que nunca fallan con las hembritas calentonas. Ves como se deshace y como con cada carcajada sus tetas empujan hacía afuera los botones de esa blusita púrpura. Y tu ahí, enhiesto y húmedo. Piensas cómo hacer, hasta que se te ocurre decirle que claro que conoces a su amiga. Que es una chica honesta. Te ganas su confianza y la invitas a tomar una gaseosa.
Se bajan del Cocharcas. Son las seis y media. El carro los deja cerca del Norkys en el que tantas veces fuiste a venirte. Pero esta vez es diferente. Vas de cliente.
Ves la carta y ¡puta madre! te das cuenta que todo rebasa tu presupuesto. ¡Que mierda!, susurras, la cosa es engancharla y quedar para otro día. Pides una jarra de cerveza y ella asiente, pero apunta que será la única, no puede demorarse mucho.
Te conversa sobre cosas mundanas a las que no prestas atención hasta que te confiesa que es la mujer de un guardia civil. Que es su amante.
Entonces agradeces a Dios por haber puesto en tu camino a la mujer de un concha de su madre. Es tu oportunidad de cobrarte la revancha de esos serranos que descubrieron que llevabas cocaína. El soplo te costó la expulsión de la Marina.
Pero la vida da vueltas, saboreas la inminencia de tu venganza y le llenas la copa. Entonces, tal como lo supones, va al baño y aprovechas para echarle droga al trago. Es cosa de minutos. Te sobas la bragueta y preparas tu celular.
…….
La cita era a las seis y media en la pollería de siempre. -No te preocupes. Sólo quiero saber cómo va a ser con los chicos. Es un lugar público ¿ok?-, fue lo último que dijo.
-Yo le ofrecí que regresara a casa-, decía ante un incrédulo oficial, -pero ella no quería. Me decía que necesitaba tiempo. Entonces, comenzaron a llamarla por teléfono y ella se iba al baño a responder. Pensé que la llamaba su amante-.
La cita no duró ni quince minutos. El mismo tiempo que demoró Nuria en volver a la mesa y tomarse el trago que la empujó a aceptar la proposición de Jorge.
Estaban en un taxi que los llevaba a casa de los padres de Karina para firmar allí un acuerdo de divorcio, cuando volvió a sonar el celular. Entonces Héctor intentó arrebatárselo. Ella se zafó, bajó del auto y se escabulló dentro de una combi.
-Yo la seguí y cuando estaba por el puente Santa Rosa, observé que se abrazaba con otro. Me bajé y la increpé. Ella me respondió que no era nadie para meterme. Me sentí humillado, saqué mi arma para disparar al aire-, contó en el interrogatorio.
Llegas en menos de media hora al cuarto que alquila. La tienes a tu disposición, zoombie y deseosa. Abres la puerta y ahí nomás te la coges y empiezas a tomarle fotos con el celular. Sacas el kepí de policía y se lo pones. Estás a punto de venirte cuando deja de gemir. La cacheteas, te recuestas sobre esas enormes tetas que ahora, en esa posición horizontal, se escurren como gelatina hacia los flancos, pero nada.Está tan fría como a unos kilómetros de distancia está a punto de estarlo Karina.
-¡Eres una puta de mierda! ¡Estás con tu amante! ¿Creíste que ibas a escapar?- gritaba, mientras ella se escondía tras el tipo al que le había pedido en la combi que la acompañara a la comisaría.
El tipo balbuceaba algo cuando salió el disparo. La bala perforó el cráneo de Karina y su cuerpo se desmoronó como un amasa torpe, de a poquitos. Nadie atinó a perseguirlo. Se fue caminando, se confundió con el gentío y subió a una combi rumbo a la casa de su amante. Se irían para Maynas.
¡Puta madre! se murió la puta. ¿Y ahora?, te preguntas cagándote de miedo. Una cosa es tirársela y mandarle las fotos del polvo al tombo para que se sienta una mierda, pero otra cosa es matar. Decides irte. Cierras la puerta, das unos pasos y chocas con un mestizo grande y sudoroso. Estás a punto de decirle que es un concha de su madre, cuando ves que saca un llavero y abre la puerta del cuartito de mierda del que acabas de salir.
Entonces reparas que puedes sacarte la muerta de encima. Coges al teléfono, dices que eres un vecino y denuncias una gresca doméstica. Que se escucharon golpes y que presumes que algo debe haberle pasado a la mujer porque ya no dice nada. Das la dirección. Cuelgas. Cruzas la calle, subes al Cocharcas y piensas en lo que has hecho, en lo que te has convertido por tu arrechura hasta que unas piernas pálidas y bien despachadas te humedecen de nuevo.
-Lo hice impulsado por los celos, porque mi mujer estaba en los brazos de otro. Hice lo que cualquier hombre hubiera hecho-, rezongó admitiendo el crimen.
-¿Y a la otra, a tu amante, por qué la mataste?-, espetó el oficial. -Eso yo no lo hice, a ella la amaba. Ella no era una puta de mierda-.
Te importa un carajo. Sonríes y asientes con la cara más servil que puedes, pero la verdad es que no dejas de pensar cómo mierda harás para invitarla a tomar algo y convencerla de encamarse contigo.
Entonces sueltas tus chistes bobos que nunca fallan con las hembritas calentonas. Ves como se deshace y como con cada carcajada sus tetas empujan hacía afuera los botones de esa blusita púrpura. Y tu ahí, enhiesto y húmedo. Piensas cómo hacer, hasta que se te ocurre decirle que claro que conoces a su amiga. Que es una chica honesta. Te ganas su confianza y la invitas a tomar una gaseosa.
Se bajan del Cocharcas. Son las seis y media. El carro los deja cerca del Norkys en el que tantas veces fuiste a venirte. Pero esta vez es diferente. Vas de cliente.
Ves la carta y ¡puta madre! te das cuenta que todo rebasa tu presupuesto. ¡Que mierda!, susurras, la cosa es engancharla y quedar para otro día. Pides una jarra de cerveza y ella asiente, pero apunta que será la única, no puede demorarse mucho.
Te conversa sobre cosas mundanas a las que no prestas atención hasta que te confiesa que es la mujer de un guardia civil. Que es su amante.
Entonces agradeces a Dios por haber puesto en tu camino a la mujer de un concha de su madre. Es tu oportunidad de cobrarte la revancha de esos serranos que descubrieron que llevabas cocaína. El soplo te costó la expulsión de la Marina.
Pero la vida da vueltas, saboreas la inminencia de tu venganza y le llenas la copa. Entonces, tal como lo supones, va al baño y aprovechas para echarle droga al trago. Es cosa de minutos. Te sobas la bragueta y preparas tu celular.
…….
La cita era a las seis y media en la pollería de siempre. -No te preocupes. Sólo quiero saber cómo va a ser con los chicos. Es un lugar público ¿ok?-, fue lo último que dijo.
-Yo le ofrecí que regresara a casa-, decía ante un incrédulo oficial, -pero ella no quería. Me decía que necesitaba tiempo. Entonces, comenzaron a llamarla por teléfono y ella se iba al baño a responder. Pensé que la llamaba su amante-.
La cita no duró ni quince minutos. El mismo tiempo que demoró Nuria en volver a la mesa y tomarse el trago que la empujó a aceptar la proposición de Jorge.
Estaban en un taxi que los llevaba a casa de los padres de Karina para firmar allí un acuerdo de divorcio, cuando volvió a sonar el celular. Entonces Héctor intentó arrebatárselo. Ella se zafó, bajó del auto y se escabulló dentro de una combi.
-Yo la seguí y cuando estaba por el puente Santa Rosa, observé que se abrazaba con otro. Me bajé y la increpé. Ella me respondió que no era nadie para meterme. Me sentí humillado, saqué mi arma para disparar al aire-, contó en el interrogatorio.
Llegas en menos de media hora al cuarto que alquila. La tienes a tu disposición, zoombie y deseosa. Abres la puerta y ahí nomás te la coges y empiezas a tomarle fotos con el celular. Sacas el kepí de policía y se lo pones. Estás a punto de venirte cuando deja de gemir. La cacheteas, te recuestas sobre esas enormes tetas que ahora, en esa posición horizontal, se escurren como gelatina hacia los flancos, pero nada.Está tan fría como a unos kilómetros de distancia está a punto de estarlo Karina.
-¡Eres una puta de mierda! ¡Estás con tu amante! ¿Creíste que ibas a escapar?- gritaba, mientras ella se escondía tras el tipo al que le había pedido en la combi que la acompañara a la comisaría.
El tipo balbuceaba algo cuando salió el disparo. La bala perforó el cráneo de Karina y su cuerpo se desmoronó como un amasa torpe, de a poquitos. Nadie atinó a perseguirlo. Se fue caminando, se confundió con el gentío y subió a una combi rumbo a la casa de su amante. Se irían para Maynas.
¡Puta madre! se murió la puta. ¿Y ahora?, te preguntas cagándote de miedo. Una cosa es tirársela y mandarle las fotos del polvo al tombo para que se sienta una mierda, pero otra cosa es matar. Decides irte. Cierras la puerta, das unos pasos y chocas con un mestizo grande y sudoroso. Estás a punto de decirle que es un concha de su madre, cuando ves que saca un llavero y abre la puerta del cuartito de mierda del que acabas de salir.
Entonces reparas que puedes sacarte la muerta de encima. Coges al teléfono, dices que eres un vecino y denuncias una gresca doméstica. Que se escucharon golpes y que presumes que algo debe haberle pasado a la mujer porque ya no dice nada. Das la dirección. Cuelgas. Cruzas la calle, subes al Cocharcas y piensas en lo que has hecho, en lo que te has convertido por tu arrechura hasta que unas piernas pálidas y bien despachadas te humedecen de nuevo.
-Lo hice impulsado por los celos, porque mi mujer estaba en los brazos de otro. Hice lo que cualquier hombre hubiera hecho-, rezongó admitiendo el crimen.
-¿Y a la otra, a tu amante, por qué la mataste?-, espetó el oficial. -Eso yo no lo hice, a ella la amaba. Ella no era una puta de mierda-.
por aca caí en ésta entrada y estaba muy chvre, y seguiré revisando a ver que más encuentro.
ResponderBorrarsaludos