miércoles, octubre 25, 2006
La heredia de las vanidades
Nadine Heredia quiso vetarme. Sin embargo, no es por ello que su presencia me parece insufrible, tanto como una pulga en medio de mis nalgas o las estúpidas sonrisas de anoréxicas que aplauden la barbarie de Acho, pero ni saben que mierda es una verónica. No señor. No me importó que en la segunda vuelta Nadine le dijera al director del diario donde trabajaba que el asesor español importado para “asegurar el triunfo nacionalista” sólo daría una entrevista si me sacaban de la cobertura del oficial chúcaro y acomplejado.
Cómo comprenderán, su pedido fue rechazado sin dudas ni murmuraciones por la cabeza de ese matutino. Hecha la aclaración, vuelvo al tema. La verdadera razón por la que no soporto a Heredia es porque aprendí a conocer su cinismo de vodevil, su labia de vendedora de turrones, su cerebro de brigadier escolar, su arribismo al mejor estilo del cholo Carvajal y su ternura polpotiana cuando las cámaras entraban en off.
Claro, ella se derretía -por ejemplo- por las sesudas e incomodísimas preguntas de Andy Ortiz (alguien dijo... Manty Ortiz), coleguita de la tele que se peleaba para inquirir a Heredia sobre su plato preferido o por cómo se sentía al recibir el “espontáneo cariño de la gente”. ¡Maldición! Mientras algunos nos desgañitábamos preguntándole por qué su hermano fungía de cajero de la campaña o intentando alguna otra interrogante para que la doña balbuceara algo más que “somos nacionalistas porque amamos al Perú”, y expusiera aunque sea un par de ideas que merecieran el respeto, algunos reporteros le lamían el trasero y le movían la cola a su séquito de matones.
Y nada. Ahora que la veo al lado de Gonzalo García (candidato a la alcaldía de Lima por el PNP), la señora repite el mismo guión y confirma que es una sinvergüenza y una oportunista en serie. Lo único que le interesa a la ex diva de la calle Manuel Holguín es asegurarse un puesto como regidora. Ella quiere que eso sea su revancha histórica, entonces dejará el discurso monocorde que su cónyuge le hizo aprender de paporreta en alguna villa militar. Entonces los cholos dejarán de importarle y volverá a preocuparse por blanquear su círculo de amigos, como lo hacia en la U.Lima.
Sin embargo, el que sea regidora es sólo una quimera torpe que merodea hoy en su morra, y con los resultados del 19 de noviembre ya verán como se deshace esa damita de plomo que jurándose primera dama, basureó a quienes cuestionaban su falsa modestia, y que con el mismo descaro que le sonreía a Martín Belaunde mientras su esposo hablaba de fusilar corruptos, choleaba en las caminatas, pero se abrazaba con los cobrizos cuando Ortiz y compañía le hacían un zoom gracioso a su carita de pan serrano. El mismo zoom que le hacen ahora algunos ganapanes de la tele rastrera de los ivchers y los genaros.
El último guiño de Orbegozo
Está aburrido de soportar a los burócratas sanmarquinos que le ponen zancadillas a su trabajo como director de la escuela de periodismo. Manuel Jesús Orbegozo (MJO a secas) me lo confesó la última vez que nos encontramos en su casa, un chalet levantado en la calle que lleva el nombre de un recluta con apellido de gamonal cauchero. Algo así como lo que tanto reclama Ollanta Humala cuando insiste en la urgencia de tener conscriptos Kuczynskis o Ferreros.
Y bueno, hablando de Humala, habrá que precisar que él es lo único que me separa de quien considero mi maestro y el cronista más apasionado y talentoso del país. Mientras Orbegozo está convencido que debe aplicarse el régimen nacionalista del presunto asesino de Madre Mía, yo disiento y creo que el candidato con borceguí es un tipo acomplejado y poco inteligente.
...
Sentado en su sala, MJO me contó hace algún tiempo sobre su megaproyecto: un libro que expondría toda su trayectoria periodística. Memorias le dicen. Y es que al igual que su amigo más célebre, Gabriel García Márquez, MJO siente que la muerte le está corriendo la cortina y que uno de estos días entrará para decirle que ya está bueno de tanta vaina, que fueron varias las veces que lo alcahueteó cuando andaba de comisión en Medio Oriente, y que ya llegó la hora de que sus crónicas sean sobre la guerra entre ángeles y demonios.
Pero, si bien sus amigos coinciden en que se está despidiendo con sus memorias, lo cierto es que el dossier nostálgico ha engordado sus ilusiones, las ganas de salir de comisión a pesar que la osteoporosis sigue mordiéndole los huesos. MJO tiene de rehén a la alegría y por más que su rostro esté anegado de arrugas, sus ojos (la esclerótica ya no es una perla, sino que parece un huevo prehistórico) brillan de nuevo y le han quitado varios años de encima al hijo más famoso de Otuzco, pintoresco poblado enclavado en la sierra de La Libertad.
...
Orbegozo no ejerce el periodismo (en un periódico, porque él no deja de escribir en su blog) desde hace unos años y es por eso que las notas con motivo de su undécimo libro, han sido como sorbos de gatorade o leche fresca, porque –hay que precisar- Orbegozo no fuma, no toma ni baila pegado, como lo hace un buen capellán.
Y no es que sea un periodista cucufato. MJO es un piropeador nato y un bohemio con agenda, pero en su medio siglo como periodista aprendió que algunos vicios sólo deben ser ejercidos lo suficiente como para aprender de sus infiernos y pegar la vuelta.
Por eso no hay nadie más indicado que él para contarnos sobre las tinieblas que rodearon las últimas décadas de la humanidad. MJO aspiró, por ejemplo, el perfume nauseabundo del negocio bélico y sus insufribles consecuencias, y fue testigo de cómo los buitres picoteaban los cuerpos moribundos en las ardorosas calles de Calcuta.
Entrevistador de genocidas y antropófagos como Pol Pot y Idi Amin Dada o de santas como la Madre Teresa de Calcuta, el periodista ha dado la vuelta ocho veces al planeta en busca de la noticia.
En medio de ese fragor, tomó café con Pelé, conversó con Jorge Luis Borges sobre las tres versiones de Judas, cubrió las gélidas conversas entre Reagan y Gorbachov, y cruzó saludos con Mao sin sentirse menos pero tampoco más, porque para MJO la humildad es la clave del buen periodismo.
...
Dicen que la presentación de Testigo de su Tiempo, ocurrida en la Casona de San Marcos el 26 de abril pasado, fue una verdadera fiesta a pesar de sus condiciones espartanas: no sobró champaña ni hubo las espectaculares niñas que las editoriales llevan a los vernisages de los escritores del status quo. Nada de eso, lo que hubo fue un empacho de camaradería, aplausos sinceros y sonrisas inocuas.
Lástima que me perdí la velada, pero debo subrayar que no tuve la culpa porque otra vez fue Humala quien nos separó. La entrevista con uno de sus financistas me privó de decirle a MJO lo orgulloso que soy de haber sido su alumno, de ser su colega y de considerarme su amigo. Después de todo, el tiempo es la mejor aspirina contra las tercianas ideológicas, pero el respeto permanece, incluso después que nos corren la cortina.
El dato:
MJO se inició en 1953 en la revista Cultura Peruana. De allí pasó por La Crónica, fundó Expreso en 1961 y fue su director el 2004. Antes, fue editor durante 32 años en El Comercio y director de El Peruano. Además, fue editor de Rumbos.
(Crónica publicada en la revista Rumbos en la edición de junio de 2006. Foto de Carolina Urra)
lunes, octubre 23, 2006
La morgue del doctor Etchepare
El chileno anda de novio. Miguel Etchepare está a punto de desposar a la mujer de su vida, una peruanita coqueta más bella que la ermitaña estrella que alumbra la bicolor de Neruda.Sin embargo, a diferencia de la frase pergeñada en su escudo patrio, a la “Titi” no la conquistó “ni por la razón ni por la fuerza”. Al hombre de frases menudas y que habla como cantando, el cortejo le costó su tiempo; el romanticismo le pasó una robusta factura.
Ahora anda a un tris de abandonar el pelotón de los solteros y suscribirse a un ciclo vital, imposible de esquivar hasta para los más chúcaros terrícolas; ése que nos enseñan en las clases de biología: el hombre crece, se reproduce y, aunque uno no quiera, finalmente muere.“Me siento raro”, dice Etchepare sobre su matrimonio y la posibilidad de ser padre, mientras despliega una de las fotografías large que integran la nueva serie que presenta en Lima, uno de los fotógrafos latinos más requeridos por el publish system.
¿El tema de la exposición? Ni más ni menos que una suerte de menjunjes, tubérculos y frutos putrefactos. Éstos, de no ser por la destreza del sureño, provocarían náuseas, invitarían a un contrapunto de arcadas groseras y una sinfonía de eructos.Sobre una impoluta superficie, Miguel ha dispuesto los cadáveres de la cotidianidad culinaria. Con la meticulosidad de un médico legista y con la sapiencia de un prolijo técnico en las artes de la necropsia criolla, sus fotos penetran en las catedrales de la descomposición.El insospechado ecosistema donde coinciden muerte y génesis es el protagonista por antonomasia de la individual.
Colorados pimientos y sabrosas alcachofas son invadidos por hongos rastreros y fragancias vertiginosas. Un ejército de larvas sale del útero, nace de la descomposición.“Es una contradicción, un perfecto ejemplo del ciclo vital”, advierte con certeza este patólogo de las hortalizas empecinado en demostrar con los ejemplos más silvestres nuestra decadencia fisiológica, que somos apenas el contenido de un envase perecible que un día servirá de rancho frío para los gusanos y las orugas glotonas.La otra moraleja de esta auscultación monocromática es simple, tanto que se cae de madura. Miguel dejó de retratar los pómulos de concreto menos agraciados del Empire States y del entonces recio World Trade Center para rebuscar en las alacenas los conejillos de Indias y analizar su agonía, la evolución en retro de sus organismos.Vestigios es eso: un conjunto fotográfico, una bitácora donde quedaron registrados los puntos sin retorno. De cierta manera, la intención es plantear una analogía con el fin de una etapa y el comienzo de otra, de una nueva, desconocida y, por lo tanto, seductora.
Y cómo no lo va a saber este rollizo chileno que peina canas, pero que habla como un adolescente templado. Cómo podría desconocer el tema este sensei en los vericuetos e ingredientes de la culinaria criolla, que está a punto de casarse y abandonar el pelotón de los solitarios, de esos seres que trasuntamos por el goce y la algarabía, pero que en el fondo esperamos atracar en buen puerto.Por lo pronto, sabemos que el de Miguel no es Montt, pero es más peruano que el cebiche y el pisco. Ese espigón al que pronto desembarcará es el muelle de la “Titi”.
(Crónica publicada en El Peruano, el 2002. Foto de Vidal Tarqui)
Ahora anda a un tris de abandonar el pelotón de los solteros y suscribirse a un ciclo vital, imposible de esquivar hasta para los más chúcaros terrícolas; ése que nos enseñan en las clases de biología: el hombre crece, se reproduce y, aunque uno no quiera, finalmente muere.“Me siento raro”, dice Etchepare sobre su matrimonio y la posibilidad de ser padre, mientras despliega una de las fotografías large que integran la nueva serie que presenta en Lima, uno de los fotógrafos latinos más requeridos por el publish system.
¿El tema de la exposición? Ni más ni menos que una suerte de menjunjes, tubérculos y frutos putrefactos. Éstos, de no ser por la destreza del sureño, provocarían náuseas, invitarían a un contrapunto de arcadas groseras y una sinfonía de eructos.Sobre una impoluta superficie, Miguel ha dispuesto los cadáveres de la cotidianidad culinaria. Con la meticulosidad de un médico legista y con la sapiencia de un prolijo técnico en las artes de la necropsia criolla, sus fotos penetran en las catedrales de la descomposición.El insospechado ecosistema donde coinciden muerte y génesis es el protagonista por antonomasia de la individual.
Colorados pimientos y sabrosas alcachofas son invadidos por hongos rastreros y fragancias vertiginosas. Un ejército de larvas sale del útero, nace de la descomposición.“Es una contradicción, un perfecto ejemplo del ciclo vital”, advierte con certeza este patólogo de las hortalizas empecinado en demostrar con los ejemplos más silvestres nuestra decadencia fisiológica, que somos apenas el contenido de un envase perecible que un día servirá de rancho frío para los gusanos y las orugas glotonas.La otra moraleja de esta auscultación monocromática es simple, tanto que se cae de madura. Miguel dejó de retratar los pómulos de concreto menos agraciados del Empire States y del entonces recio World Trade Center para rebuscar en las alacenas los conejillos de Indias y analizar su agonía, la evolución en retro de sus organismos.Vestigios es eso: un conjunto fotográfico, una bitácora donde quedaron registrados los puntos sin retorno. De cierta manera, la intención es plantear una analogía con el fin de una etapa y el comienzo de otra, de una nueva, desconocida y, por lo tanto, seductora.
Y cómo no lo va a saber este rollizo chileno que peina canas, pero que habla como un adolescente templado. Cómo podría desconocer el tema este sensei en los vericuetos e ingredientes de la culinaria criolla, que está a punto de casarse y abandonar el pelotón de los solitarios, de esos seres que trasuntamos por el goce y la algarabía, pero que en el fondo esperamos atracar en buen puerto.Por lo pronto, sabemos que el de Miguel no es Montt, pero es más peruano que el cebiche y el pisco. Ese espigón al que pronto desembarcará es el muelle de la “Titi”.
(Crónica publicada en El Peruano, el 2002. Foto de Vidal Tarqui)
domingo, octubre 15, 2006
La novia de nadie
Hace frío pero a la doña no se le pone la piel de gallina. En el fragor de la calle ha perdido la capacidad de acusar dolor. Nunca mira al cielo porque la luz le parece indecente. Utiliza el rabillo del ojo, permanece agazapada para olfatear las intenciones. Se traga el vaho matinal y, de vez, en cuando, estira su mano por monedas con las que habitualmente logra silenciar los chillidos de su rechoncha pero desnutrida barriga. Esa es su rutina senil.
Una colección de harapos envuelve su cuerpo de pasa. Tiene la piel tallada por várices que parecen cordones umbilicales, arrugas obesas y una capa de mugre la hacen parecer una momia que algún huaquero arrojó tras extirparle el oro y los spondylus. Ella parece destinada a embucharse las migajas de los viciosos del tragamonedas, y a estrujar el desprecio de burdos peatones y vendedores de chucherías.
“Su vida es un infierno”, cuenta la rolliza proveedora de golosinas que vigila su quimera hasta que se va y deja a la doña allí, solita, arrellanada en una vereda del jirón Pizarro en el cercado de Trujillo, tragando soledad, respirando mierda, apoyada en rejas teñidas por el hollín, de lo que por la mañana es una galería y ahora (pasadas las tres de la madrugada) parece un alcázar grosero donde las ratas se guarecen de gatos huesudos y orates hambrientos.
…
La primera vez que supe de ella fue precisamente por la ambulante de marras. “Ella cuidó la tumba de Víctor Raúl Haya de la Torre por varios años. ¿La vas a ayudar a ayudar… tú eres periodista, tú puedes di?
No sabía que quién diablos me hablaba la mujer a la que he vuelto mi surtidora oficial de tabaco. Admito que algunas veces, después de cerrar la edición, derrochaba centavos en el tragamonedas adyacente, pero jamás reparé que a un lado de esa sucursal del vicio dormía la novia del mentor del aprismo, del hombre que tantos idolatran pero al que nadie le llega a los talones.
Fue así (mitad por curiosidad periodística, mitad por lástima) que a la siguiente madrugada volví. La encontré arrimada a una pared regada regada con orines, cubierta en mantas motosas. Tenía la cabeza revestida con una bolsa de basura que le ganó en buena lid a perros pulgosos y locos de atar.
Sus piernas parecían esculpidas por una osteoporosis voraz, el rostro era el de una mendicante inofensiva que alguna vez fue una dama regia y su cuerpo, el cuerpo que arrastraba a duras penas lo movía con la torpeza de un infante con polio.
Nadie sabe a ciencia cierta su edad ni su nombre. La llaman (mitad por cacha, mitad por lástima) “la paloma de Vítor Raúl”, pero lo cierto es que se apellida Rodríguez. Sus hijos han muerto (al menos para ella), los pirañas del roban las monedas y los recolectores de basura hace un par de días le decomisaron su colchón de paja.
Vino de Lima a finales de los setentas y durante años estuvo al pie de la tumba de Haya. Sin embargo, la pasión empezó mucho antes, durante los multitudinarios mítines en las plazas limeñas y de ello dan testimonio epístolas de apristas de la vieja guardia como Jaime Escajadillo o centurión Vallejo.
La gente cuenta que se volvió loca de un día para el otro, hacia finales de los ochentas, que el deceso del ideólogo la trastornó violentamente. Es poco probable que mantuviera un affaire con Haya de la Torres, pero ella respetó el idílico amorío hasta mucho después que los gusanos se engulleron al compañero panzón, pero caballero.
Cuando extravió la cordura la lengua se le acortó. Olvidó las palabras y mandó al tacho los recuerdos. La mujer sólo hablaba de Víctor, de los que significaba el aprismo esterilizado de las pasiones mercenarias de los bufalos y del compromiso que se estableció con los pobres.
Y así se le fue la vida, así se le adelgazó la razón. Escribía poemas que su amado nunca leería, limpiaba la lápida y espantaba las palomas que picoteaban los tulipanes del patriarca.
…
Sólo a dos cuadras de donde ahora se abandona al frío y las pesadillas (porque alguien en su estado no puede soñar), queda la Casa del Pueblo. El espacio, lleno de hombrecillos grises que aún disfrutan los dividendos de García, está prohibido para ella.
Allí nadie la quiere y los congresistas que logró colocar el APRA en el Congreso (gracias a la amnesia trujillana) no hicieron, hacen ni harán nada por ese amasijo de huesos quebrados, por lo que resta de la abuela que aún suspira por el hombre del “pan con libertad”.
A ellos les vale madre el estado de la heroína de la acera y la limosna. Y a la doña (porque dejó de llamarse Paloma cuando la indiferencia le capo las alas), le importa menos la misericordia de utilería, esa sonrisa de Belcebú que estrenan en póster de campaña los que se dicen seguidores de Víctor Raúl.
…
“No me fastidie. Déjeme descansar tranquila”, responde la doña y me devuelve la chompa que mi suegra (espero que algún día lo sea) le mandó. Queda claro, la señora no acepta dádivas. Esta cansada de devolver las piezas que a uno le sobran.
Los tenis azules y nuevos en los que guarece sus pies encamotados, evidencian que hace poco aceptó el regalo de alguna persona. Debe ser porque esa alma anónima se los regaló nuevos. La doña no es limosnera. Debe haberlos recibido porque el donante no llegó a ella con la cara de bobalicón e hipócrita miembro del Opus con la que debí haberme acercado el día que la conocí.
Y es que ella no es una mendicante, sino que anda presa de su orgullo, de un orgullo que le impedía llamar a Lima para que le mandaran reales para el pasaje de retorno, de un orgullo que no la deja recibir monedas de quienes han traicionado los postulados de su hombre. De día camina sin rumbo. Se deja llevar por la ruta que impone la sombra levantada por los apristas que la desprecian y la hacen a un lado como un desperdicio.
No dice más, pide que le deje la chompa allí nomás en el suelo, que cuando tenga frío se la pondrá donde le venga en gana.
Ya no hay tiempo para nada. La gorda de los cigarros se marcha empujando su mercadería sobre un carrito de supermercado, los viciosos con cara de perdedores suben raudos a los taxis, y los borrachos pasan preguntando si alguien sabe dónde sirven un buen caldo de gallina.
Cinco de la mañana. Silencio en una ciudad que se viste de mal gusto por la mañana, pero que ahora parece una réplica de Lisboa o Bogotá. Trujillo parece la antítesis de un cuadro del cholo Humareda. Ni una puta a la vista, ambiente mustio por la ausencia de travestis panzones y taxistas que se desgracian por dos soles.
Es la estética de la antiestética. Lo único que se escucha en el jirón Pizarro son los ronquidos de la abuela. Ella es la extra que ha quedado para recibir el sol y al desprecio diurno. Más tarde vendrán las carcajadas desde la Casa del Pueblo (o lo que queda de ella) y por alguna callecita deambulará la doña en busca de un poco de comida decente… aunque sea de un pedazo de pan… pero con libertad.
(crónica publicada en La Industria de Trujillo el 2 de agosto de 2004. Foto de Freddy Padilla)
Sentencia previa
Mientras otros niños jugaban al trompo, el pequeño Antauro desataba la segunda parte de la Guerra del Pacífico en su cuarto. Deshacía con fuego a la infantería de caucho chilena, y en la bañera un repatriado Huáscar pulverizaba submarinos nucleares y cruceros de la armada vecina. Antauro decidió que iba a ser militar para limpiar la afrenta de 1879 y darle al país una revancha histórica.
Sin embargo, alguna tarde el cadete confundió postulados y mezcló a pensadores con héroes de borceguíes para crear el Etnocacerismo. Hasta hace menos de un mes esto era una cantinflada más, pero luego de Andahuaylas el país reparó que algo se debió haber hecho con este asesino que tantas veces anunció el reguero de pólvora en nombre de su revolución maldita.
La cita era a las mil cuatroscientas horas (2 de la tarde para los despistados y civiles) en su búnker instalado en los altos de un locutorio sin nombre. El centro de Lima era un horno a esa hora pero al interior de la oficina central del Movimiento Etnocerista (que de lejos parecía una maltrecha sucursal de la Pedro Paulet), era un auténtico infierno.
Al final de las escaleras, una foto del rollizo Hugo Chávez daba la bienvenida a ex conscriptos con ganas de seguir siendo conscriptos, y en el escritorio de la recepción yacían regadas algunas copias de La Revolución no será transmitida, una edición artesanal y en VHS con el discurso del dictador caribeño, y que el entonces editor general del quincenario Ollanta me regalaría al final del encuentro.
Ceño fruncido, caminada de tombo jubilado y camiseta verde para no perder la costumbre castrense del color iguana. “Buenas… ¿ustedes viene a entrevistarme, no? Bueno, no tengo mucho tiempo, pero algo podremos conversar”, espetó el oficial en retiro.
Silencio. Y justo cuando iba a decirle que por mí se podía ir al diablo, apareció su secretaria: dos piernas a lo Kournikova, escote a lo Valcárcel y, obvio, rubia fatal con su plata.
“Cuchi” (o algo semejante) repuso el insurrecto. Le pasó la mano por los hombros y su semblante de cachaco chúcaro mutó por el de un aprendiz de violador en serie.
“Mejor pasemos a mi oficina. Tú todavía no te vayas que después tenemos que ver algo”, le dijo a la asistente y el nacionalista le pidió un par de Coca Colas bien al polo.
Iba a preguntarle el porqué de esa lucha macondiana de llamar a la anarquía, de fusilar generales y empalar chilenos. Esperaba sus respuestas homínidas para repreguntarle sobre el vicio de recurrir a doctrinas caducas y a esa filosofía de plazuela que lucra a costa de tanto incauto, pero comencé por el final…
-¿Usted es un mestizo al que, me parece, le apetece la carne blanca. Habla de justicia social, pero sus hijos estudian en el colegio Franco Peruano. Filosofa sobre la importancia de defender la materia prima nacional, pero viste ropa de Saga Falabella. Habla sobre verdad, y coquetea impunemente con su secretaria ¿Está usted bien de la cabeza? (entonces se le sube el indio ayacuchano a la morra, se para, mi fotógrafo retrocede por instinto de conservación. Y entonces, cuando comenzaba a balbucear su respuesta, apareció la bebida imperialista y la minifalda quimbosa)
-No pues señor periodista, toda revolución tiene sus bemoles, sin embargo, es el fondo lo que vale. Los objetivos de lavarle la cara al país y acabar con una clase política putrefacta que…
-Clase política que usted está dispuesto a rellenar con plomo por el simple hecho de no comulgar con su doctrina que, según pensadores como Nelson Manrique, es una diarrea mental.
-Yo a ese señor no lo conozco. Yo leo a gente que ha hecho historia, a gente como Mariátegui, Napoleón, Mao…
-Y a genocidas como Hitler. Usted simpatiza con regímenes autárquicos como el de Fidel Castro en Cuba
-Pero por supuesto. Ninguna guerra o revolución se ha ganado sin balas y sin bajas. Es un costo que estoy dispuesto a asumir…
-Ollanta no suscribe la violencia que usted predica. Usted asume que puede acabar las discusiones a balazos. El verbo se combate con palabras, no con pólvora. ¿Cree que sus hijos estarán orgullosos de usted?
-La violencia se justificará cuando el fin lo amerite y si este gobierno hace borrón y cuenta nueva, entonces el movimiento estará dispuesto a morir por la patria. En cuanto a mis hijos, ellos están muy orgullosos de su estirpe.
-Realmente usted se cree un predestinado para salvar al país de lo que llama la esfera criolla, pero usted es sólo un oficial en retiro, un desempleado que sólo parece haber leído cuatro libros. ¿Por qué la gente tendría que morir por discrepar con sus ideas?
-He leído mucho más de lo que usted presume. Quien no se alinea con el pensamiento Etnocacerista están en su contra y por tanto es enemigo del cambio. Le quedan dos opciones: o se va del país o se enfrenta…
-Usted no hace mucha plata con el quincenario y habrá un momento que llegue el momento de parar la máquina. Entonces, cuando ese día llegue y las encuestas reflejen que ni usted ni su hermano son presidenciables, entonces ¿qué hará?
-Eso no pasará jamás y en un supuesto negado de que ocurra eso, los cuadros ya estarán preparados para darle vuelta a la situación…
-¿Con balas? Desde su época de cadete usted es tildado de orate. Durante su intervención en Huancavelica se dio la mayor cantidad de muertos civiles, le puso los cuernos a su mujer con una colaboradora, trata como ganado a sus reservistas, ¿Qué ve cuando se mira al espejo?
-A un hombre que no se cansará de luchar por su país, así algunos me calumnien, me discriminen por mis raíces y porque recuerdo la vergüenza de la Guerra del Pacífico…
-Sin ánimos de ofender, pero lo que veo es a un hombre con sed de poder y que podría arrastrar a una tragedia a cientos de desempleados.
-Es usted un pequeño burgués que no entiende la real dimensión de lo que estamos creando. Los reservistas estarán conmigo incondicionalmente dónde se los pida.
-Aunque eso signifique derramar sangre inocente…
-Lamentablemente los justos pagan a veces por los pecadores.
…
El calor ya había desmayado y la secretaria paseaba el carmín por sus labios, mientras Antauro se ponía de pie para decirnos que ya era suficiente, que en una hora venían unos colegas del Washington Post y de Gato Pardo para reconstruir su imagen de revolucionario incomprendido.
Le estrechamos la mano por cortesía, pero él entendió ese gesto como una claudicación. Entonces le volvió la alegría al rostro y me regaló un ejemplar de Ejército Peruano: Milenarismo, Nacionalismo y Etnocacerismo, de su autoría por supuesto, además del video de marras.
Bajamos las escaleras raudos y apenas con los pies en la acera, escuchamos que le echaban llave a la puerta del búnker. Acto seguido corrieron la cortina que daba a la calle. Dejamos a Antauro y su secretaria para que desaten su propia revolución entre epítomes de Confucio y las últimas ediciones de Condorito.
Lástima que al igual que el Gobierno, yo tampoco tomé en serio las palabras del orate que luego se convertiría en asesino de policías. Nunca escribí esta entrevista a su debido tiempo. Esto, entonces, es también un mea culpa.
(publicado en La Industria de Trujillo el 17 de enero de 2005. Foto de Jaime Romero)
Suscribirse a:
Entradas (Atom)