domingo, octubre 15, 2006

Sentencia previa




Mientras otros niños jugaban al trompo, el pequeño Antauro desataba la segunda parte de la Guerra del Pacífico en su cuarto. Deshacía con fuego a la infantería de caucho chilena, y en la bañera un repatriado Huáscar pulverizaba submarinos nucleares y cruceros de la armada vecina. Antauro decidió que iba a ser militar para limpiar la afrenta de 1879 y darle al país una revancha histórica.

Sin embargo, alguna tarde el cadete confundió postulados y mezcló a pensadores con héroes de borceguíes para crear el Etnocacerismo. Hasta hace menos de un mes esto era una cantinflada más, pero luego de Andahuaylas el país reparó que algo se debió haber hecho con este asesino que tantas veces anunció el reguero de pólvora en nombre de su revolución maldita.

La cita era a las mil cuatroscientas horas (2 de la tarde para los despistados y civiles) en su búnker instalado en los altos de un locutorio sin nombre. El centro de Lima era un horno a esa hora pero al interior de la oficina central del Movimiento Etnocerista (que de lejos parecía una maltrecha sucursal de la Pedro Paulet), era un auténtico infierno.

Al final de las escaleras, una foto del rollizo Hugo Chávez daba la bienvenida a ex conscriptos con ganas de seguir siendo conscriptos, y en el escritorio de la recepción yacían regadas algunas copias de La Revolución no será transmitida, una edición artesanal y en VHS con el discurso del dictador caribeño, y que el entonces editor general del quincenario Ollanta me regalaría al final del encuentro.

Ceño fruncido, caminada de tombo jubilado y camiseta verde para no perder la costumbre castrense del color iguana. “Buenas… ¿ustedes viene a entrevistarme, no? Bueno, no tengo mucho tiempo, pero algo podremos conversar”, espetó el oficial en retiro.

Silencio. Y justo cuando iba a decirle que por mí se podía ir al diablo, apareció su secretaria: dos piernas a lo Kournikova, escote a lo Valcárcel y, obvio, rubia fatal con su plata.

“Cuchi” (o algo semejante) repuso el insurrecto. Le pasó la mano por los hombros y su semblante de cachaco chúcaro mutó por el de un aprendiz de violador en serie.

“Mejor pasemos a mi oficina. Tú todavía no te vayas que después tenemos que ver algo”, le dijo a la asistente y el nacionalista le pidió un par de Coca Colas bien al polo.

Iba a preguntarle el porqué de esa lucha macondiana de llamar a la anarquía, de fusilar generales y empalar chilenos. Esperaba sus respuestas homínidas para repreguntarle sobre el vicio de recurrir a doctrinas caducas y a esa filosofía de plazuela que lucra a costa de tanto incauto, pero comencé por el final…

-¿Usted es un mestizo al que, me parece, le apetece la carne blanca. Habla de justicia social, pero sus hijos estudian en el colegio Franco Peruano. Filosofa sobre la importancia de defender la materia prima nacional, pero viste ropa de Saga Falabella. Habla sobre verdad, y coquetea impunemente con su secretaria ¿Está usted bien de la cabeza? (entonces se le sube el indio ayacuchano a la morra, se para, mi fotógrafo retrocede por instinto de conservación. Y entonces, cuando comenzaba a balbucear su respuesta, apareció la bebida imperialista y la minifalda quimbosa)

-No pues señor periodista, toda revolución tiene sus bemoles, sin embargo, es el fondo lo que vale. Los objetivos de lavarle la cara al país y acabar con una clase política putrefacta que…

-Clase política que usted está dispuesto a rellenar con plomo por el simple hecho de no comulgar con su doctrina que, según pensadores como Nelson Manrique, es una diarrea mental.

-Yo a ese señor no lo conozco. Yo leo a gente que ha hecho historia, a gente como Mariátegui, Napoleón, Mao…

-Y a genocidas como Hitler. Usted simpatiza con regímenes autárquicos como el de Fidel Castro en Cuba

-Pero por supuesto. Ninguna guerra o revolución se ha ganado sin balas y sin bajas. Es un costo que estoy dispuesto a asumir…



-Ollanta no suscribe la violencia que usted predica. Usted asume que puede acabar las discusiones a balazos. El verbo se combate con palabras, no con pólvora. ¿Cree que sus hijos estarán orgullosos de usted?

-La violencia se justificará cuando el fin lo amerite y si este gobierno hace borrón y cuenta nueva, entonces el movimiento estará dispuesto a morir por la patria. En cuanto a mis hijos, ellos están muy orgullosos de su estirpe.

-Realmente usted se cree un predestinado para salvar al país de lo que llama la esfera criolla, pero usted es sólo un oficial en retiro, un desempleado que sólo parece haber leído cuatro libros. ¿Por qué la gente tendría que morir por discrepar con sus ideas?

-He leído mucho más de lo que usted presume. Quien no se alinea con el pensamiento Etnocacerista están en su contra y por tanto es enemigo del cambio. Le quedan dos opciones: o se va del país o se enfrenta…

-Usted no hace mucha plata con el quincenario y habrá un momento que llegue el momento de parar la máquina. Entonces, cuando ese día llegue y las encuestas reflejen que ni usted ni su hermano son presidenciables, entonces ¿qué hará?

-Eso no pasará jamás y en un supuesto negado de que ocurra eso, los cuadros ya estarán preparados para darle vuelta a la situación…



-¿Con balas? Desde su época de cadete usted es tildado de orate. Durante su intervención en Huancavelica se dio la mayor cantidad de muertos civiles, le puso los cuernos a su mujer con una colaboradora, trata como ganado a sus reservistas, ¿Qué ve cuando se mira al espejo?

-A un hombre que no se cansará de luchar por su país, así algunos me calumnien, me discriminen por mis raíces y porque recuerdo la vergüenza de la Guerra del Pacífico…

-Sin ánimos de ofender, pero lo que veo es a un hombre con sed de poder y que podría arrastrar a una tragedia a cientos de desempleados.

-Es usted un pequeño burgués que no entiende la real dimensión de lo que estamos creando. Los reservistas estarán conmigo incondicionalmente dónde se los pida.

-Aunque eso signifique derramar sangre inocente…

-Lamentablemente los justos pagan a veces por los pecadores.



El calor ya había desmayado y la secretaria paseaba el carmín por sus labios, mientras Antauro se ponía de pie para decirnos que ya era suficiente, que en una hora venían unos colegas del Washington Post y de Gato Pardo para reconstruir su imagen de revolucionario incomprendido.

Le estrechamos la mano por cortesía, pero él entendió ese gesto como una claudicación. Entonces le volvió la alegría al rostro y me regaló un ejemplar de Ejército Peruano: Milenarismo, Nacionalismo y Etnocacerismo, de su autoría por supuesto, además del video de marras.

Bajamos las escaleras raudos y apenas con los pies en la acera, escuchamos que le echaban llave a la puerta del búnker. Acto seguido corrieron la cortina que daba a la calle. Dejamos a Antauro y su secretaria para que desaten su propia revolución entre epítomes de Confucio y las últimas ediciones de Condorito.

Lástima que al igual que el Gobierno, yo tampoco tomé en serio las palabras del orate que luego se convertiría en asesino de policías. Nunca escribí esta entrevista a su debido tiempo. Esto, entonces, es también un mea culpa.


(publicado en La Industria de Trujillo el 17 de enero de 2005. Foto de Jaime Romero)

1 comentario:

  1. xuxa, así q antiantaurista

    está buena la nota, concuerdo con tus conclusiones finales

    un abrazo

    ResponderBorrar